Era de esperar que, en estas fechas navideñas, la Iglesia diese un mensaje de paz y esperanza a sus fieles. Esto es algo que no debería alarmar a nadie, ni siquiera a un ateo practicante como yo. No podemos obviar que España es un país con profundísimas raíces católicas y, en consecuencia, las manifestaciones de la jerarquía eclesiástica son dignas de ser divulgadas. Quizás nos aporten algo de consuelo y luz en esta época de crisis. Quizás nos den ideas para sobrellevar la carestía de vida. Quizás nos enseñen a vivir de acuerdo al voto de pobreza que reina en el Vaticano. O tal vez no.
El aludido mensaje de paz y esperanza viene de todo un clásico en estas manifestaciones, mi querido obispo de Alcalá de Henares, el señor –con minúscula- Reig Plá. Él es un obispo clásico, de los de siempre, de los de misa en Paracuellos, bandera preconstitucional y guiños a Blas Piñar. No, no me podía defraudar, ya había dejado bien claro sus filias y sus fobias. Por eso, en un año tan sensible con la violencia machista, la única opción era arremeter contra los matrimonios civiles y las parejas de hecho. Y no es para menos, porque este hombre ha encontrado la solución definitiva, el remedio infalible para terminar con los malos tratos y sus funestas consecuencias. Que todo el mundo se case por la iglesia.
La verdad es que, a estas alturas, prefiero el mensaje de Navidad del Rey. Y eso que es mucho más aburrido. Algunos dirían que hasta más predecible, pero sólo lo dirían quienes ignoran las anteriores perlas de Reig Plá. Y es que, ya dijo cosas como que la homosexualidad es un problema personal y que los gays deberían pedir perdón y misericordia por su condición –seguro que no tienen otra cosa que hacer-. También opinó que los matrimonios entre parejas del mismo sexo suponían causar un retraso de 3000 años –año arriba, año abajo- en la historia de la civilización. O que el aborto es la primera causa de muerte en España. Sin embargo no ha dicho si hay más abortos en las uniones civiles, o si piensa solucionar los malos tratos en los matrimonios homosexuales. Ah, esto último no, porque su solución sería casarlos. ¡Qué disyuntiva!
Una persona razonable se preguntaría en qué puede influir que la unión sea civil o religiosa. Es lícito. ¿Por qué existe más violencia en las uniones civiles que en los matrimonios de toda la vida? Pues muy sencillo, su explicación es que: “La violencia doméstica se da sobre todo en aquellos procesos de separación y divorcio, en aquellos procesos de litigio, de manera que los matrimonios canónicamente constituidos tienen menos casos de violencia doméstica que aquellos que son parejas de hecho o personas que viven inestablemente". ¡Claro!- he exclamado ante el televisor, mientras un rayo de luz celestial me iluminaba. El divorcio tiene la culpa. Si ya lo venían diciendo…
De acuerdo, otra persona razonable –cuánta persona razonable- les diría que el divorcio (y la cárcel para el agresor), en cualquier caso, puede ser una herramienta para atajar la violencia. Un útil para terminar con la convivencia indeseada y, por ende, con los malos tratos en el hogar. Pero Reig Plá no es razonable. Martes y trece debieron enseñarle que las barbaridades son más entretenidas. Así que, siguiendo su corriente de pensamiento absurdo, ha descubierto que prolongar un matrimonio donde puede haber malos tratos es la solución. Resulta evidente (si eres obispo) que, al no tener posibilidad de separarse, se darán dos posibles situaciones: La mujer dejará de quejarse o las palizas cesarán… por aburrimiento o defunción de uno de los cónyuges –adivine cuál y cómo-. Estoy harto de escuchar aberraciones sobre un tema tan delicado. No es necesario que me perdonen por frivolizar, pero discúlpenme al menos por no hacerlo en nombre de Dios.