¿Han servido para algo las movilizaciones del 15 de mayo? Es obvio que sí. Lo que no sabemos muy bien es para qué, pero no se preocupen, es cuestión de perspectiva. Sigo pensando que todo lo vivido en la Puerta del Sol y en muchas plazas españolas durante la pasada semana no va a quedar en nada. No va a ser una resaca de ilusiones, con el consiguiente dolor de cabeza y sequedad de boca. Al contrario; las decepciones sirven para despejar las ideas y para pronunciar cosas que antes se hubieran quedado sin voz.
Sí, he dicho decepción. No creo que nadie me lo pueda discutir, no creo que nadie diga: “es más de lo que esperábamos”. Porque es mucho menos. No sólo ha triunfado un partido generalista, sino que ha triunfado un partido generalista de derechas. No sólo ha perdido votos el PSOE, sino que esos votos no han ido en proporción a otros partidos minoritarios. Como ven, nada suena a objetivos cumplidos.
Así pues, sólo queda asumir la situación y decidir hasta cuando se prolongan las acampadas. En lo referente a asumir la situación, echo en falta propuestas y un comunicado oficial del movimiento que exprese su opinión acerca de los resultados. Echo en falta visión de futuro. Y en esa visión de futuro es en donde entra la discusión sobre permanecer o no acampados durante más tiempo.
A priori, el comportamiento de los acampados y de los manifestantes ha sido modélico. Se ve que no éramos cuatro borrachos, ni siquiera del entorno de ETA –qué desilusión- como dijo un fantoche en la radio de los obispos-. Nada más lejos, éramos y somos jóvenes –y no tan jóvenes- con estudios universitarios, venidos de distintas y numerosas disciplinas y con una política de respeto absoluto entre nosotros y para con los demás ciudadanos que no participan de las protestas.
Sin embargo, los comerciantes en Sol ya se quejan. Y los indignados intentan minimizar el efecto negativo que la acampada pudiera provocarles. Se retranquean las líneas que delimitan la zona de acampada, se quitan carteles de escaparates y se sigue limpiando la plaza a diario. Pero no es suficiente. El problema radica en que no puede haber una prolongación coordinada del movimiento sin un “cuartel general”, pues en eso se ha convertido el kilómetro cero.
Ahora es tiempo de debatir, de tomar perspectiva y distanciarse para ver la influencia en las elecciones y la vigencia de lo exigido. Sobre todo, es tiempo de no caer en el olvido. Es cierto que no se ha conseguido lo que se pedía –como muestra, un Camps-, pero el margen era escaso. Los hay que dicen que incluso se ha perjudicado a la izquierda, pero los que dicen eso no quieren la misma izquierda que quienes se han manifestado. Porque sería un comportamiento idéntico al que tienen los votantes de la derecha, es decir: el voto por inercia. Un voto irresponsable y acrítico. Un voto que igual podría ser para un partido político que para un equipo de fútbol. “Yo quiero que ganen los míos, sea el PP o sea el Real Madrid”. Y eso es una estupidez, porque perdemos todos.
En el artículo anterior dije que prefería ilusionarme, que me daba igual el jarro de agua fría. Pues bien, sigo pensando igual. Es más, creo que el mencionado jarro me ha servido para despejarme y estremecerme. Porque los objetivos a los que se aspira son muy elevados –si no lo fueran, no tendría sentido-. Y, como ya dije, creo que esto es el primer paso. Un paso que consiste en hacer visible lo que todos vemos y dejamos correr. El paso de enfrentarse a la vergüenza de reconocer que nos representan delincuentes en nuestras instituciones y que las decisiones económicas no las toma el gobierno, sino los bancos. Dicen que darse cuenta del problema es el inicio de la solución.
Personalmente, haré todo cuanto esté en mi mano para que las reivindicaciones se mantengan y no se olviden. Porque creo que son, no sólo justas, sino necesarias. No sólo hay que ir para decir: “estuve allí”. Hay que ir con la conciencia de que podemos cambiar la realidad, porque, si de todo esto no sale nada, preferiremos no haber estado.