Extremismo. ¿No dicen que con la
edad uno se templa, se modera o se apoltrona? Unos lo achacan al desencanto por
sus ideales juveniles, otros directamente a una elección equivocada. Yo diría
que es cuestión de hipocresía y comodidad. Uno no es de izquierdas a los veinte
y de derechas a los cincuenta. Será más bien que el individuo se individualiza
y, con él, todas sus cosas, su mundo y sus intereses se tornan privativos,
incompartibles. Sí, el individuo se individualiza, de uno en uno, y va viendo
que los demás también lo hacen y que compiten en una liguilla vecinal absurda,
donde quien más tiene es mejor y quien menos, un fantasma, o peor; un espejo
terrible en el que nadie quiere mirarse.
¿Qué es el aburguesamiento
capitalista sino una forma de extremismo? Un extremismo más brutal que
cualquier comunismo –no digamos ya socialismo-, porque se aleja de la condición
humana, obvia los sentimientos y los traduce en números, desprecia la
solidaridad y deprecia la colectividad. Eso es extremismo, pero lo mío también;
esta ebullición candente que me sube por el esófago como una acidez de estómago
que va a parar a las sienes. Allí se hace fuerte, y se manifiesta en forma de
glóbulos más rojos que nunca; glóbulos socialistas, glóbulos republicanos, con
pancartas y las manos limpias, tan limpias como quien tiene la conciencia tranquila.
Los glóbulos fachas, de tenerlos, no se manifiestan. ¿Será este el extremismo
que no me deja dormir?
Si lo es, me parece interesante,
porque me ha despertado de un plumazo todos los ideales políticos que había
dejado durmiendo, o quizás en coma, un coma transitorio. Ahora lo veo todo con
más claridad. Veo como la derecha de este país es la misma de siempre, la misma
escoria farsante y despreciable de siempre. Por mucho que lo nieguen, por mucho
que se revistan de democracia, gobiernan los de un partido fundado por
fascistas –sensu estricto-, herederos
del tiempo más negro de nuestro país, acomplejados por su pasado y motivados
por un odio y un hambre de poder que apenas pueden saciar. Sus políticas son
las de siempre y van más allá de lo económico. Qué nadie se quede en las
medidas adoptadas, sino en los fines que comportan. Porque las medidas son las
esperadas y se traducen en dos grupos: las que destruyen las políticas sociales
y las que favorecen a las grandes empresas y entidades financieras.
Muchos de ustedes, a estas
alturas, pensarán que mi extremismo me ha trastornado, pero déjenme que siga, o
dejen de leer si algo les ofende –que por algo será-. Entre las medidas del
primer grupo, son dignas de estudio las que planean la destrucción del sistema
educativo, al menos para todos aquellos que no puedan pagárselo. Y tienen su
punto álgido en aquellas que planean convertir la universidad en un privilegio,
como la subida de tasas hasta en un sesenta por cien, o la restricción de las
becas, o la eliminación de becas en postgrado. Esas son algunas medidas, pero
los fines son otros, principalmente la creación de una elite intelectual
adinerada.
Al fin y al cabo, ellos van a
poder estudiar como siempre. Hasta ahora, cualquier persona que no aprobase
selectividad, si se lo podía permitir, terminaba recalando en una universidad
privada en la que, a cambio de una sustanciosa cantidad, se hacía la vista
gorda con sus carencias intelectuales y lo formaban y aleccionaban como miembro
católico, apostólico y pepero de la
sociedad, todo ello aderezado con la misma debilidad mental con la que entró.
Ahora, la situación se mantiene, pero además se intenta llevar a la universidad
pública. Ya no basta con cumplir con las altísimas notas de corte de algunas
carreras –cosa que me parece meritoria y correcta-, sino que habrá que
desembolsar una media de dos mil euros por curso, cosa que, en la mayoría de
los casos, se hará sin ayuda de becas, porque son becas a la excelencia, becas
que sólo tienen en cuenta el currículum del alumno. De esta manera, con la
subida de precios, se obliga a los estudiantes menos pudientes a trabajar para
poder pagar las tasas excesivas. Y después de trabajar, intenten ponerse a
estudiar hasta el punto de rozar la excelencia que les demandan. Qué sí, que
muchos de ustedes dirán que se puede hacer. Pues adelante, háganlo. Y que
conste que no defiendo la holgazanería, sino el derecho a estudiar de todo el
mundo. Es evidente la injusticia de que, entre dos personas de inteligencia
similar, sólo sean los euros los que inclinen la balanza.
El caso es que los de siempre, lo
que antes iban con el brazo en alto y camisas azules, ahora siguen de azul,
pero el brazo se lo guardan en el bolsillo, junto a la cartera que les permite
ir por el mundo como ciudadanos de primera, no vaya a ser que el de al lado,
que es igual que él, se la robe, para pasarle por encima. Porque sabe que lo
hará y, como lo haga, como lo despidan y no pueda pagar esa casa, ese coche, o
el chalet de la sierra, o el apartamento de la playa, estará perdido. Tal vez
entonces se preguntará por la solidaridad, por los servicios públicos. Tal vez
cuando tenga que sacar a su hijo de la universidad de Comillas, del CEU,
Francisco de Vitoria y demás granjas católicas, se vea en la tesitura de
explicarle cómo funciona el mundo. Pero el mundo de verdad, donde el valor de
las personas no se mide en números, sino en ideas, en sentimientos no
computables y en tesón, en ilusión, que al final es lo que todo lo puede. Tal
vez entonces encuentre el extremismo algo razonable.
Yo, con el mío renovado y lleno
de energía, espero firmemente que les salga mal la jugada. Porque me temo que
el sistema está a punto de reventar. Es de dominio público que ni Grecia,
Italia, Portugal, Irlanda y, por supuesto, España podrán llegar a pagar la
deuda contraída. Esa deuda de la que sólo se salvan los bancos y que nos ha
hipotecado hasta a los que no teníamos hipotecas. Estoy esperando, a ver qué
pasa cuando la tinta de sus billetes les manche las manos, como la sangre de
todas las personas cuyas vidas se han invertido en imprimirlos. A ver, cuando
eso pase, adónde nos lleva todo esto. ¿Qué será lo siguiente al capitalismo?
Puede que en el resto del mundo un socialismo bien entendido –no como aquí-,
pero en España será un fascismo sui
generis, con flamencas y toreros. Quizás nacionalizar Bankia pueda parecer
propio del comunismo -¿un banco estatal?-, pero a cambio están hundiendo la
universidad pública, como corresponde a nuestro fascismo casposo. Y la están
hundiendo porque la cultura libre es propiedad de la izquierda, porque en la
universidad nacen las ideas y los valores que sólo se pueden destilar del
conocimiento, un conocimiento que te da una visión del mundo que te impide ser
de derechas.