Son días aciagos, dicen unos, los
más proclives a la representación dramática. O se rompe el mundo, dicen los que
decían que se rompía España, mi querida España, esta España mía, esta España
nuestra, que diría Cecilia y los que hacen las cosas a derechas, los mismos que
tienen el monopolio de banderas y de himnos, o que necesitan banderitas e himnos para saber quiénes y de
dónde son. También se oye que las cosas van muy mal, que Rajoy no hace nada, o
que hace demasiado. Y mi preferida: “La que ha liado Zapatero”. Hay que ver lo
que puede hacer un señor apocadito de Valladolid si se lo propone, nada menos
que la crisis mundial más grave de la historia. Lo que yo les diga, apunten al
infinito y les recompensarán con el vacío.
Mientras tanto, quien escribe esto
se deja llevar por la corriente tranquila de la depresión económica. Y no vean
como floto, apenas toco el agua, porque voy sin lastres, sin euros pero sin
deudas, con un pasado soleado y un futuro de tormenta constante. Tampoco llevo
paraguas, mejor que me acaricien las gotas del principio de la nube y que me
erosionen los granizos del medio. Al final unas y otras harán camino y no
tendré que esquivarlas, si acaso almacenarlas, para cuando llegue el sol y el
problema sea la sed.
Y así, sin saber cómo, de repente
me encuentro en la ribera de un arroyo cristalino. Sonrío mientras leo un libro
de Tom Sharpe. También sonrío mientras me tumbo sobre una tela blanca,
acolchada por las hierbas bajo mi cuerpo. Sonrío porque pienso en la guarnición
informativa que traen los periódicos, en el rey y sus desmanes, que son los de
siempre, pero peor vistos, en la famosa foto del elefante muerto –Borbón, uno;
elefante, cero- . Sonrío porque se cumple una máxima histórica, una máxima
según la cual lo que más puede favorecer una hipotética república es la misma
monarquía. Podemos llamarlo Juancar, por aquello del campechanismo, o podemos llamarlo Marichalar, por quien siento una
especial debilidad. Podemos llamarlo Urdangarín, que acabará librándose de sus
pillajes y por quien sólo siento indiferencia, de puro aburrido. Pero al final,
tengan el nombre que tengan, ellos serán
los Próceres de la Tercera República, el germen de su fundación y quienes plantaron
la semilla del hartazgo generalizado. Al fin y al cabo, no es nada nuevo que el
ser humano es autodestructivo por naturaleza. Cosas de ser la cúspide del reino
animal, hay que ser depredador de uno mismo.
Entretanto, abro los ojos aún con
la sonrisa dibujada en los labios, y veo un techo verde, con los álamos
cuajados de hojas nuevas. Estudio el delicado entramado de la madera tierna y
aspiro el aroma de la naturaleza despertándose. A la primera orden de mi
voluntad, dejo de escuchar el rumor del agua y viene Serrat a cantarme Mediterráneo, como quien me reprocha que
coquetee con el bosque mesetario. Mea culpa, le digo. Porque en verdad echo de
menos el mar, porque puede que yo naciera en Madrid, pero lo olvidé para volver
a nacer en Alicante, para crecer mecido una y otra vez por el susurro
cadencioso del mar de fondo, con la luz multiplicada de dos cielos paralelos,
con dos soles, dos lunas y dos castillos entremedias. Siempre con los ojos
entornados y la sal en la boca, esa sal que da sed de otros labios y ese exceso
en las formas; un exceso que esconde la sencillez que aquí reluce. La
exageración como forma de vida y el placer como filosofía de lo humano. La
obsesión por la belleza; la estética como fin y como medio, por dentro y por
fuera, todo ello con la ayuda de la tierra más bonita del mundo. Porque sigue
siéndolo, por mucho ladrillo que le hayan arrojado los que ya no están libres
de pecado. Porque ella no es rencorosa, sino que se desentiende y sigue mirando
al mar, pues no hacen falta árboles que tapen el cielo, cuando puedes tenerlo a
tus pies. Mejor palmeras, que nos hacen altos de tanto mirarlas.
Así, Joan Manuel se queda más
tranquilo y lo escucho sin culpabilidad, con mi tierra en el horizonte, en el
mañana o en el futuro perfecto, pues la tierra prometida siempre brilla más que
la tierra que se pisa –no se ensucia con nuestra presencia-. Creo que después
de Serrat vendrá Chopin con un nocturno a pleno día, si me permiten la audacia.
Y más tarde revisaré una de mis películas favoritas y dormiré con mi mujer favorita
y soñaré que la vida no es toda crisis. Para mí es fácil, lo admito. Soy
consciente de mi enorme suerte. No quiero nada material. Tengo todo cuanto
necesito y, aun así, regalaría lo que poseo con tal de conservar mi forma de
ver la vida. Mi forma de dejarme llevar, de flotar entre las ideas.
Tener lo suficiente es tenerlo
todo.
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