Hace ya más años de los que me gusta reconocer, en primero de carrera, un profesor nefasto introdujo una pizca de luz en mi vida. Entre su continua perorata mesiánica, se colaban casi de costado algunas referencias etimológicas ciertamente interesantes. Supongo que la mayoría eran inventadas sobre la marcha, pero de todas formas me quedé con el significado de “nostalgia”, que según Su Santidad Complutense venía a significar “lo álgido ausente”. Es decir, el dorado pasado que no se puede recuperar*.
Y es que los seres humanos de las culturas “desarrolladas” tenemos la manía de vivir el pasado en presente. Estamos continuamente anhelando los momentos que pasaron inadvertidos al ser vividos y olvidamos todo lo malo que entonces servía de contexto. Es más, olvidamos que, mientras vivíamos aquellos instantes añorados, echábamos de menos otros anteriores, más gloriosos si cabe.
Esto vendría a evidenciar que el ser humano es un ser en permanente decepción con el devenir más inmediato y que, al mismo tiempo, resulta ser muy condescendiente con un pasado que tampoco merece más distinción que el mismo presente. Pero ¿qué hace tan deseable el pasado? Nada más que su calidad de irrecuperable.
Es por ello que al final son cuatro gatos los que depositan sus esperanzas en un futuro maravilloso y menos aun los que, como tantas veces he animado, disfrutan del presente que fluye vivo entre nuestras conversaciones. Al principio creí que sólo los poetas amargados idealizaban el pasado, tal vez porque yo era un poeta –nunca llegué a serlo- amargado que vivía de un pasado idealizado. Pero luego me di cuenta de que la nostalgia no afectaba sólo a los bohemios insomnes, ni siquiera a los que actuábamos obedeciendo a una pose.
Descubrí que la mayoría de la gente tenía el pasado idealizado casi en su totalidad, salvo los instantes traumáticos, que responden a otro tipo de idealización. Y al tiempo descubrí que esta actitud suponía un problema mucho más grave de lo que podría parecer a simple vista. El problema es que ningún futuro, por muy prometedor que sea, puede luchar contra el espejismo de un pasado adornado por la nostalgia.
Hace unas semanas, publicaba en este mismo blog un artículo titulado Recuerdos inventados, en el que, con ironía, citaba cierto estudio científico que aseguraba que el cerebro cubría motu proprio las lagunas de la memoria. No me cabe la menor duda de que el cerebro está haciendo de las suyas con nuestros recuerdos. Porque aquel presente que se nos antojaba más o menos dulce y sólo comparable al actual nos aborda adornado con un velo de romanticismo que parece una estratagema para el desaliento.
Por supuesto que estoy generalizando y me estoy equivocando con todos aquellos que vivieron un duro pasado, que no añoran en absoluto y tratan de olvidar. Sin embargo, este hecho, lejos de anular mi razonamiento, viene a decir que sólo las personas que han sido infelices en el pasado son capaces de poner toda su esperanza en el futuro. Por tanto, los que lo hemos tenido todo más o menos fácil, los que no borraríamos un recuerdo de nuestra existencia, estamos condenados a vivir el presente con hastío y el futuro con desconfianza.
Tal vez sea hora de huir de las brumas del pasado y entregarnos a la vida sin más reservas. Sería muy triste que nos preguntasen “¿Qué quieres hacer en el futuro?” Y sólo se nos ocurriese responder “Lo que hice en el pasado”.
(Hasta la rutina debería ser sorprendente)
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* Como era de esperar, la etimología de tan insigne charlatán no era correcta. Pero me venía mejor para el comienzo. En realidad, "nostalgia" viene del griego nostos/regreso y algos/dolor. Aun así, el significado sí es el correcto. La palabra fue creada en 1668 por el médico suizo Johannes Hofer para nombrar una enfermedad basada en el ‘deseo doloroso de regresar’ que experimentaban algunos de sus pacientes. Por tanto, "nostalgia" sí se refiere al deseo de regresar, no sólo a un sitio, sino a un tiempo, a una persona, a un sueño... A algo que seguramente no sucedió tal y como recordamos, eso desde luego.