Hoy a mi mente caprichosa le ha entrado la necesidad de juntar dos películas que poco tienen que ver. Una de ellas es un documental sobre los españoles que estuvieron presos en Mauthausen y Gusen y la otra es una malísima ficción de Keannu Reeves sobre el fin del mundo a manos de extraterrestres más responsables que los humanos (no es ningún mérito).
Sé que resulta atrevido y hasta obsceno que estas dos cintas compartan frase, pero déjenme que me explique y tal vez entiendan un poco lo que quiero demostrar. El documental -Más allá de la alambrada, la memoria del horror- se basa en una serie de testimonios de presos que explican su estancia en los campos, su vida diaria y la muerte diaria. La pantalla nos golpea con la entereza de los rostros ajados y con la gravedad de voces que se quiebran inevitablemente –nosotros también nos quebramos un poco-. Los planos son cerrados, la luz artificiosa, pero la rotundidad habla por sí sola.
No hacen falta aderezos, como las imágenes con falso envejecimiento –repugnantes- que se intercalan entre testimonio y testimonio. El aderezo es cada gesto que imprime a las historias una teatralidad sólo propia de la realidad más cruda. Es inevitable sentir empatía por unas personas que fueron tratadas como si no lo fueran sólo por tener ideales –ideales de los que no se venden, no de los de ahora-. Unas personas que cuando fueron liberadas no pudieron volver a su país como el resto de prisioneros, pues su país era quien los había entregado por formar parte de la democracia que casi les cuesta la vida.
Y sin embargo, cuentan la camaradería. Los sentimientos que hieren de tan sólo oírlos. Qué manera de aguantar y qué terrible sería no emocionarse cuando narran la liberación del campo a manos de las tropas americanas. Para entonces, Mauthausen ya estaba en manos españolas y las tanquetas entraban bajo una pancarta en la que se podía leer: "los antifascistas españoles saludan a las fuerzas liberadoras". Incluso tras esa situación fueron capaces de sobreponerse y seguir viviendo. Con dificultad, con heridas que se ven y que no y con una mirada que ha visto cosas que nos harían dejar de ver a la mayoría de nosotros.
En el otro lado está Ultimátum a la tierra. Sí, esa película malísima –remake de una mejor de idéntico nombre-. No les desvelo nada, la humanidad se salva. Y no la salva un estadounidense, sino un extraterrestre. Cosa que es de agradecer, aunque no difiera mucho en su conocimiento del planeta. Pero lo realmente bonito y autocomplaciente es el porqué de nuestra salvación. Iban a liquidarnos por destruir uno de los planetas más idóneos para la vida. Y nos salvamos porque llegamos a conmover al visitante. Conseguimos que empatice con nosotros, es decir, lo hacemos humano.
Es cierto que el ser humano tiene algo especial. Somos capaces de crear arte de la nada. Un arte que se expresa por sí mismo, independiente y libre del autor una vez terminado. Un arte que puede hacer reír, llorar de alegría o de tristeza. Ese arte y su valor nace de la capacidad que tenemos para interpretarlo, para sentirnos de una u otra manera ante él, porque al final estamos delante de los sentimientos más profundos de otra persona.
En cambio, siempre andamos matándonos entre nosotros, pero nuestro gregarismo hace que nos identifiquemos con un grupo. Si alguien ataca a mi familia, es mi familia. Si alguien ataca a mi ciudad, es mi ciudad. Si alguien ataca a mi país, es mi país. Y si alguien ataca al mundo, es mi mundo -que diría Pedro J.-. Tal vez sea sólo un reprochable sentimiento de propiedad y seguramente sólo ocurra en situaciones límite. Pero a veces dejamos nuestras diferencias de lado y empatizamos por encima de nuestros intereses. Damos nuestra vida por las de otros. Sacamos la identidad que nos define y la hacemos extensible a nuestros iguales.
Ahora sólo queda que nuestros iguales sean más que nuestros “desiguales”. Que dejemos de justificarnos diciendo: “El ser humano es una criatura capaz de hacer las cosas más terribles y olvidarlas con las más hermosas”. No debemos olvidar, sino rectificar. Centrarnos sólo en las cosas hermosas. A mí, personalmente, la crueldad me repugna y la bondad me fascina.
Ese maldito Keannu Reeves y sus remakes...
ResponderEliminarLa misma idea de la película (que los alienígenas nos perdonen por empatía/compasión) aparece en un capítulo de los Simpsons, esa serie a la que tanto debo agradecer.
Da un poco de miedo pensar cómo a veces parecen necesarias situaciones como las que comentas para que afloren los gestos verdaderamente "humanos". Y en el fondo, cómo contribuyen también al sentimiento de colectivo, de nación. Cuando estuve en Varsovia me di cuenta de que todo lo que han sufrido los polacos es precisamente el motivo principal de que se agarren con uñas a su bandera.
Siempre un placer leerte. Un abrazo
Y sin embargo, al final es complicado distinguir la empatía del puro gregarismo o del sentimiento de posesión/pertenencia, pero me niego a verlo todo del lado malo. De momento.
ResponderEliminarSiempre es un placer tener lectores así. Otro abrazo.
Pd. Los Simpsons son la gran comedia humana ;)