Los que me conocen (y aun así quieren seguir tratándome) saben que no soy dado a recomendar películas. Porque me parece algo similar a recomendarles mujeres a los amigos –a las amigas siempre me autorrecomiendo-. Suele resultar un compendio de desilusiones y desencuentros: Qué si no era para tanto, que si es muy aburrida, que si es muy cursi, que si es muy lenta –hablo de películas, que conste-. Así pues, en esta ocasión transgredo mi propio código peliculero y les recomiendo una: El secreto de sus ojos.
¿Qué por qué se la recomiendo? Porque hacía mucho tiempo que una película no conseguía hacerme reír, llorar, desear, reflexionar sobre mí y un etcétera que no viene al caso. Seguramente y como me pasa con mis amigos y las mujeres, a mi me gustará más que a ellos/ustedes porque soy yo quien la ha visto y quien opina desde la más absoluta subjetividad.
Si bien, podría darles puntos más o menos objetivos, o, mejor dicho, técnicos. Podría explicarles que tiene una fotografía muy cuidada. Podría alabar el trabajo de los actores; formidable Ricardo Darín, maravilloso Guillermo Francella. Podría llamar su atención sobre el increíble trabajo de cámara realizado en la secuencia que se desarrolla en el estadio… Y, por supuesto, no estaría diciendo nada.
Porque lo realmente increíble de esta película es que tiene vida, en el sentido más literal del término. Les garantizo que reirán y, a los que no estén hechos de piedra, les garantizo que llorarán. Y probablemente se vean impelidos a registrar su pasado –el pasado enterrado- en busca de algo que no se atrevieron nunca a hacer y que ha marcado su vida, por mucho que lo nieguen.
Y es que nos pasamos la vida viviendo y se nos olvida que nos morimos. Vamos dejando las cosas para “mañana” y “mañana” termina por enfrentarnos a un espejo en el que no nos reconocemos. Y no nos reconocemos no por viejos, sino porque no somos los viejos que queríamos ser. Porque en un pasado nos callamos y dejamos nuestros sueños en manos de un futuro más valiente, más fácil o más propicio.
Sin embargo, cuando vemos que ese futuro al que le dejamos tanto trabajo atrasado se ha convertido en pasado y cada vez queda menos, entonces nos lamentamos. Lamentamos no ser quienes queríamos, pero evitamos admitir que tampoco en el pasado éramos quienes debíamos, porque si no, habríamos tomado la decisión adecuada.
Nunca hay que dejarse el amor en el tintero. Ni menos aun escribirlo como ficción, sino hablarlo, lanzarse de cabeza sin pensar en el golpe terrible. Pues es mejor un golpe terrible que una agonía de toda una vida. Y ver cómo la mujer de tus sueños se promete, se casa delante de ti, tiene hijos que no son los tuyos y envejece sin compartir todo lo que le habrías regalado. Uno nunca debería quedarse con la duda.
Por supuesto que existe el fracaso. Pero también existe el fracaso valiente y es aquel que tenía opciones de triunfo. Si optamos por callarnos, por mirar, por lamentarnos y autocompadecernos, fracasaremos para siempre y desde el primer momento. Sin remedio. Sé que suena a tópico que habrán oído mil veces, pero es cierto que uno se arrepiente más de las cosas que no hizo. No hay nada peor que perder la oportunidad.
Aun así, quizás nos quede un as en la manga. Quizás estemos a tiempo de vivir lo que nos negamos a nosotros mismos. Quizás no somos tan feos, ni tan tontos, ni tan poco merecedores de sus besos. Quizás sólo lo hemos sido porque es lo que nos decíamos día tras día. Pero es posible que haya un triunfador escondido entre tantísimo miedo. Y aunque se fracase, puedo asegurar que la paz es mayor.
Dense una oportunidad. Vayan al cine, llévensela/lo y díganle que nunca es tarde. Porque esta película, en el fondo, es una preciosa historia de amor. Y su vida debería superar a la ficción. Porque no todas las historias de amor son felices, pero todas las historias felices son de amor.
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