Queridos lectores, esta semana el tiempo se ha precipitado desde un precipicio de inconsciencia y me ha caído encima sin el consiguiente artículo escrito. Es un tiempo denso, que pesa cuando cae y te cala las ideas, las inunda y te las deja flotando, a ver si tienes habilidad de pescar alguna que merezca la pena.
Pero hoy no. No quiero aburrirles con historias de un puente pasado con mis amigos, porque básicamente no creo que les interese lo más mínimo. Tal vez podría recurrir a lo de siempre, que a su vez sirve para demostrar mi convicción de que, en lo esencial, en las relaciones afectivas, casi todos nosotros compartimos esperanzas, miedos y deseos. Podría, en efecto, hacer extensibles mis sensaciones a las que podrían experimentar ustedes, pero de verdad que no me veo con destreza.
Así pues, he pensado que quizás no fuera mala idea hacer un artículo de descripciones. Como no tengo fuerzas para pasar las impresiones por el tamiz de la prosa común y entregárselas a ustedes, voy a intentar reflejarlas en bruto y compartirlas, sin mayor pretensión que llevarles un trocito de momentos que, seguramente, le recuerden a alguno ya vivido.
La habitación no es muy grande, pero tampoco agobiante. Las paredes están cubiertas de esa decoración que uno nunca pondría en su casa y que abundan en las casas rurales, como es el caso. El suelo es de barro cocido, de un color marrón rojizo que intensifica esta atmósfera cálida en la que me veo inmerso. En el centro de la habitación, un sofá verde con forma de “U” me acoge a mí y a unos cuantos amigos más. A ratos no escucho las conversaciones y la luz se va tornando amarilla, mientras se apagan las palabras. Veo las caras, sonrío, y pienso que quiero recordarlo todo. Y ya lo he olvidado.
La terraza está situada en la parte delantera de la casa. A ella dan las ventanas del salón. Yo estoy sentado en un sofá, solo frente a la espesa vegetación que comienza donde terminan las escaleras del porche. La tarde ya anochece y el cielo se torna rojo y violeta, mientras tiñe unas nubes desgarradas en jirones a lo largo del horizonte. Se ha levantado viento y veo como las hojas de los árboles rozan entre sí, produciendo un susurro que deja de escucharse cuando se lo ignora. Tengo en mis manos un cuaderno en el que dibujo los arcos de la terraza y la escalera que baja al jardín. Sombreo el dibujo lentamente, al tiempo que pienso en cosas en las que no debería pensar. Entonces alguien me trae un café caliente, me rescata de mis pensamientos y se queda conmigo, sonrío de nuevo y pienso que quiero recordarlo todo. Y sólo me queda el torpe dibujo.
Es ya muy de noche, aunque no tanto como para ser de día. En uno de los rincones del jardín, la omnipresente vegetación se abre y deja espacio a una pequeña piscina de agua azul –azul triste-. Unas cuantas piezas de madera de teca sirven de borde y separan la piscina de la grava que la rodea. Sobre esas piezas de madera cálida pese al frío, estamos tumbados unos cuantos amigos. Bromeamos sobre cosas intrascendentes, mientras nuestros ojos se pierden en un cielo al que no estamos acostumbrados. Pienso en la posibilidad de ver la luz de estrellas que ya no existen. Pienso en si ellas se habrán enterado de que no existen, porque yo todavía puedo verlas. Pienso en la posibilidad física de ver el pasado e intento que sea así cuando quiera recuperarlo. Pero lo he vuelto a olvidar.
Y sólo me quedan esas estrellas, ignorantes de su inexistencia, que son puro recuerdo.
Nacho, me alegro de que te pillara el toro esta semana porque este artículo "descriptivo" me ha encantado: no se te da nada mal la descripción "tolkiana" jeje.
ResponderEliminarPor cierto, dudo de que tengas tantas lagunas mentales después de lo bien que lo pasasteis ;-)
Hasta el próximo comentario!!
Mil gracias por pasarte y comentar, Enrique. Un placer tenerte de lector. En cuanto a mis lagunas mentales, son más bien océanos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Menuda chufa pillaste para ver lo que dices ver, jajajajaja
ResponderEliminarPerdon, pediria que borrases mi anterior comentario, ya que la distancia que nos separa de aquel puente me hizo perder la memoria.
ResponderEliminarLo que yo queria enviarte era lo siguiente:
ARRRRRRRIIIIIIBA.