Roberto recordó las chifladuras que le había contado su amigo Bosco acerca de la Santa Compaña, una especie de procesión de almas en pena que recorría las noches gallegas, llevándose consigo a quien se encontraran por el camino. En fin, la historia en sí le resultaba típica, pero si añadías música de Glenn Miller y un lago de Maine… Definitivamente tenía que sonreír.
Pero aquella noche del segundo día, tras el breve espacio de sonrisas, la nostalgia se hizo con él. Echaba de menos a su familia, a sus amigos y a sus variados líos femeninos. Estaba harto de la vida de abstinencia. Tan sólo había tenido esporádicos encuentros sexuales en la sala de impresión con una de las secretarias con más pinta de secretaria estereotipada que había conocido. Aquel arquetipo rubio, escultural y de deficiente nivel intelectual le había proporcionado el estímulo justo para no tener que recurrir a la prostitución. Cosa que, aunque rechazaba de pleno, había empezado a rondar por su cabeza más de lo que estaba dispuesto a aceptar.
Sentado ahora sobre las tablas del embarcadero, Roberto tenía los pies colgando sobre el vacío del cielo hecho agua y el vacío del cielo hecho cielo se suspendía sobre su cabeza. Rodeado del silencio incompleto de la naturaleza, apuraba el último trago de whisky del día. Mantenía la vista fija en el reflejo del luminoso de un hotel sobre la superficie del lago. Las luces se difuminaban entre las leves ondulaciones, hasta que empezaron a avanzar hacia él. No podía creerlo. Como en una mala película, Roberto miró su vaso vacío, esperando esa respuesta que nunca llega y volvió a mirar hacia las luces.
El reflejo seguía en su sitio, pero no había duda. Unas cuantas luces parecían haberse desprendido entre el débil vaivén del agua y navegaban a un ritmo lento e hipnótico hacia él. Debería de haber huido, debería haberse encerrado en la casa. Eso le decía su cabeza, pero, por otro lado, la curiosidad ante el extraño fenómeno le impedía mover un solo músculo. A medida que las luces se acercaban y casi de forma imperceptible –sería incapaz de determinar en qué momento había empezado a escucharlo-, su cerebro reconoció una melodía muy familiar: In the mood, de Glenn Miller.
Un escalofrío muy distinto al del verano pasado recorrió su espalda. Y en un flash, inútil pero muy ilustrativo, la portada de aquella extraña página web local sacudió su memoria. El tiempo parecía haberse acelerado y su cuerpo parecía haberse ralentizado, a pesar de que los latidos le golpeaban el cuello a ritmo de big band.
Las luces estaban ya a pocos metros. Avanzaban con lentitud, pero con continuidad. Serían unas cincuenta y dejaban una estela que evidenciaba su pertenencia a algo más grande. In the mood ahora lo llenaba todo. El ambiente era opresivo. Sentía que le iban a estallar los tímpanos y se llevó las manos a los oídos. Pero la música no remitía, parecía oírla a través de cada poro de su piel. Cerró los ojos y gritó, pero no escuchó su propio grito.
Cuando volvió a abrirlos, fue capaz de distinguir lo qué se escondía tras las luces. Eran los ojos de veinticinco ancianas que refulgían con la fuerza del infierno. Sus cuerpos marchitos, enfundados en bañadores, se movían obedeciendo a una extraña inteligencia colectiva. Guardaban una formación triangulada y nadaban sólo con los brazos, manteniendo las piernas cruzadas. Como en un terrible y absurdo ejercicio de natación llevado a cabo por autómatas.
Los oídos de Roberto ya sangraban cuando sintió que le ardían los ojos. Necesitaba meterse en el agua.
Cojonudo!!!
ResponderEliminarEres muy bueno cuando tus adornos estan dedicados a contar una historia y no usas la historia para adornarte.
Por un momento he estado en el lago de Maine.
Un abrazo
Muchas gracias, Germán. Es que soy un fetichista de los adornos, perversiones de uno. Me alegro de que hayas estado un ratito en Maine y me alegro más de que no te hayas quedado lo suficiente. ¡Las abuelas de Glenn Miller atacan!
ResponderEliminarAbrazos.
me parto con los cuerpos marchitos enfundados en bañadores jajaaj me las imagino con gorrito blanco de piscina y bañador de rayas azules y blancas de hace mil jaaj aunque eso de las viejas me ha recordado a una peli española muy mala que vi en el cine el año pasado ¿por estas fechas?
ResponderEliminarCrissss
Muchas gracias, Cris. Ya me dirás qué peli era, que tengo curiosidad.
ResponderEliminarBesos.
lo de las viejas me refiero al hecho de que son espirítus del infierno que buscan almas y tal, en la peli gallega "Los muertos van despacio" (creo que se titula así); lo de la natación me recordaría más a "Charlie y la fábrica de chocolate" ahí en el río de chocolate jajaajja
ResponderEliminarCrissss
Jajajaja. De acuerdo, Cris. Ya avisé que era un mejunje. Me encantan los engendros, siempre que no tenga que darles besos.
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