A veces pienso en la posibilidad de poner las manos encima del teclado y dejarlas hablar, librarlas de las ataduras de mi cabeza y entregarles el territorio que les pertenece. Pensar con las manos como quien razona con la boca, a fuerza de labios y dientes. Me bastaría con la inercia, podría poner la tele y revolcarme en el colmo del sedentarismo. Pero eso no sería escribir y me cuesta cambiar mi pantalla por la otra.
Aun así, se me ocurre que bien mirado no sería descabellado dejar hacer a nuestras extremidades lo que les parezca, al menos durante unos minutos. Sería una anarquía física, pero, por primera vez, nuestro cerebro estaría en disposición de hacer lo que debe sin distracciones: pensar.
No obstante, no sería una cosa que pudiéramos hacer cada dos por tres, sino que deberíamos reservarlo a situaciones de máxima urgencia y no menos máxima excepcionalidad. Imagínense las consecuencias que podría tener la libertad de cada órgano. El pie izquierdo caminando hacia la izquierda, mientras el derecho hace lo propio en sentido contrario. Nuestras piernas se abren, mientras las rodillas no pararan de flexionarse.
Tampoco podemos obviar los histéricos aspavientos de nuestros brazos, golpeándose entre sí. Y, pese a mi ideal planteamiento inicial, dudo mucho que las manos se dediquen a escribir. No, más bien intentan estrangularse entre ellas, o decidir quién se corta las venas a base de pulsos gitanos. Los ojos lo ven todo sin poder hacer nada, porque el cerebro está a la suya –“pensando”-. La boca escupe palabras ininteligibles, porque la lengua ya ha sido atacada por los dientes, perfilados de sangre.
Las cuerdas vocales se estremecen a lo largo de la escala musical, desgarrándose sin que los oídos les presten demasiada atención. O quizás sí, Tal vez lo están escuchando todo, pero ya he dicho que el cerebro no atiende siquiera a gritos ineludibles. “De verdad, ya lo solucionaré cuando recuperé el control. Esto es una situación excepcional que requiere medidas excepcionales”.
Y en esas seguimos, contando los segundos, cuando el pelo empieza a crecer sin control y, poco a poco, nos impide ver nada más allá de nuestra propia oscuridad. El corazón late desbocado y los lagrimales lagriman a chorros. Las glándulas salivares quieren comida y disuelven la sangre, que llega al estómago incapaz de digerirla.
Si prolongamos más esta situación, el cuerpo entero acabará destrozado y, cuando queramos utilizarlo, no obedecerá a nuestra voluntad. Así que más nos vale llegar pronto a la solución. Más nos vale haber pensado con la libertad pretendida. Porque es posible que nos lo hayamos buscado nosotros mismos, pero estamos en plena crisis y desde fuera nos recomendarían asistencia médica.
Si en lugar de personas hablamos de países, la crisis pasa de epilepsia. Si en lugar de cuerpo hablamos del conjunto de nuestros políticos (piernas, brazos, manos…), estamos avocados a la paraplejia. Y si en lugar de cerebro, hablamos de nosotros, de los ciudadanos desentendidos e indolentes, dudo mucho del eslogan esto lo arreglamos entre todos. No quería ser soez, pero al final de las crisis los esfínteres se relajan.
Me gusta que se te ocurran cosas absurdas que a nadie se le ocurririan...
ResponderEliminara la tetraplejia
ResponderEliminarpuaggg ahí imaginándome las uñacas creciendo
Crisss
Yo también dudo mucho de ese eslogan, me parece de mal gusto, la verdad...
ResponderEliminarUn saludo.
Krys, gracias por apreciar mi absurdo como un rasgo positivo.
ResponderEliminarCris, gracias por leerme y por aportar tus imágenes mentales (uñacaaaaaaaaaaaas).
Rune, gracias por leerme. El famoso eslogan es sólo una campaña de marketing genial. El problema es que tengamos que arreglar entre todos la que han montado los que se han enriquecido.
Saludos surtidos.