Muchas de las personas que se dedican a escribir o que sienten la escritura como su vocación desean a menudo ser interrogadas acerca de sus comienzos en el universo literario. Les gusta pensar en la mística respuesta que darían y en las posibles repercusiones entre sus admiradores –largos suspiros de adoración-. Apasionados detonantes mezclados con azarosas existencias salen a relucir aderezadas con influencias determinantes de escritores con quienes querrán ser comparados, pero con los que no aguantarían comparación alguna. Ellos, esos abnegados trabajadores que se autodenominan escritores, esperarán hasta que alguien les haga la pregunta mágica –como si pudiera tener algún interés-. Yo, en cambio, carezco de la dignidad suficiente o de la vergüenza conveniente y les contesto sin necesidad de que pregunten –saben que me puede el altruismo-.
Mis comienzos en esto de juntar letras fueron en verso, en esa época de nuestra vida en la que todos tenemos algo de poeta, debido generalmente a un trastorno de la personalidad. Durante la adolescencia, cuando se empieza a ver la vida de una forma amenazante, la poesía se erige como baliza del camino idealista que muchos queríamos seguir. Pues, bien, de repente me encontré con que sólo podía expresar mis sentimientos mediante figuras poéticas. Tal vez no me sentía capaz de aceptar la rotundidad de las palabras en la prosa, su frialdad y su cadencia metálica. O, tal vez, -y prefiero pensarlo- la poesía es capaz de transmitir con más precisión lo abstracto. No se puede generalizar con los sentimientos, hacen falta palabras desprovistas de las ataduras de su significado literal. Hace falta contexto para generar nuevos significados con palabras convencionales, porque es la relación entre ellas lo que crea imágenes –a veces hasta escalofríos- en nuestra cabeza.
Aquellos comienzos estuvieron prácticamente desprovistos de influencias. Me limitaba a hacer lo que yo creía que era poesía y terminó por convertirse en una costumbre. Si bien es cierto que ha sufrido los altibajos propios de cualquier actividad creativa, nunca ha dejado de existir en mí la necesidad de ese tipo de expresión, aunque poco a poco me fui inclinando hacia la prosa. Y caí en la cuenta de que no eran modalidades reñidas, ni siquiera complementarias, sino completamente opuestas. Porque digan lo digan “los estudiosos” –adoro esta expresión académico/sectaria-, la poesía siempre será el vehículo ideal para contar sentimientos y la prosa lo será para contar historias. Cuando la prosa necesita hablar en abstracto suele echar mano de figuras poéticas y cuando la poesía necesita hablar de hechos históricos suele ser mala o aburrida.
He escuchado en muchas ocasiones que la poesía tiene un problema como herramienta comunicativa y es que, como las formas de arte más puras, tiene múltiples interpretaciones. No negaré que hay algo de verdad en ello y que, sin lugar a dudas, existe un ruido comunicativo que parte del carácter tremendamente personal de la poesía, sin embargo en su ambigüedad está también su universalidad. Su capacidad de adaptarse al estado de ánimo del lector es mayor que la de la prosa. Siempre podremos sentirnos identificados, darle la vuelta, obtener distintos significados dependiendo del momento en que la leamos y eso consigue que volvamos una y mil veces a un poema. Siempre obtendremos un matiz que no habíamos sabido mirar.
Si la posibilidad de interpretación en la poesía me parece algo positivo, en la prosa me parece algo tremendamente inconveniente. Tal vez me pueda mi visión radical de la vida, pero me gusta lo concreto de la prosa. Me da seguridad, me permite fantasear con la sensación de verosimilitud que deben de adquirir los sueños. Y si esto ocurre en la ficción, más preocupante me parece la manía periodística y política de hacer suya una ambigüedad que nada tiene que ver con la poesía, pero sí con la multiplicidad de interpretaciones. Hace tiempo escuché de un periodista (al que se le llenaba la boca de grandes palabras) que el público tiene que ser lo suficientemente inteligente como para saber leer entre líneas. Seguramente él no era lo suficientemente inteligente como para saber que la ambigüedad en la información no es universalidad -por más que se tiña de prosaica verosimilitud-, sino desinformación, cuando no cobardía o censura.
Yo seguiré con mi poesía –tan mala o peor que al principio- y seguiré con mi prosa –juzguen ustedes-. Pero seguiré con cada una en su sitio y hablando claro cuando quiera decir algo. Me gusta soñar con una forma distinta de ver la vida que cada vez se me hace más real. Pero no me gusta que me hagan ver la vida de una forma distinta que cada vez me parece menos real y más interesada. Nunca diré que soy poeta, ni escritor, ni siquiera periodista. Se me quedan grandes esas palabras –y pequeñas las que uso para hablar-, pero sé de lo que hablo y no intento hablar de lo que no sé.
(Las pequeñas palabras inspiran grandes actos, las grandes palabras justifican los pequeños).
Quiero una entrada poética!!!
ResponderEliminarCrisss
De eso nada, Cris. Ni aunque te tintes cada mecha de un color de los anteriores tintes.
ResponderEliminarhombre, no digo que sea dedicada a mi jaaja jooo :-((
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