martes, 6 de julio de 2010

A mano o a máquina.

Supongo que el ordenador es un gran avance también en lo que al oficio de escribir se refiere. Huelga decir –pero lo diré, aunque sólo sea por rellenar- que la posibilidad de corrección, unida a la comodidad del teclado, facilita en gran medida el proceso de escritura. No duele la mano de tanto escribir, como sucedería aferrados al bolígrafo. No hay que tirar folio tras folio cada vez que se empieza a teclear y nos asalta el horror ante la basura que acabamos de escribir. Nada de ello es necesario, pues tenemos el blanco nacarado, luminescente, diáfano y nuevo al primer golpe de tecla.

Sin embargo, cuando nos apremia la urgencia de escribir, recurrimos al bolígrafo y al cuaderno. (Al cuaderno, al margen del periódico, a la servilleta o a la piel humana más cercana –hasta la lista de la compra es poesía en según qué cuerpo-). El tacto del papel y la tinta dibujando las letras; nuestras letras, que son como huellas dactilares del pensamiento. Ellas no emergen mediante binaria intercesión, no son estándar. Son parte de nosotros y reflejan nuestro estado de ánimo, la realidad que nos envuelve en el momento de trazarlas. Se curvan en cursivas, mecidas por el viento de nuestra muñeca, que sujeta el papel más inclinado que de costumbre. Se estiran, desperezándose en el blanco, casi desvelando los hilos que las componen y que tejen la trama que son los textos. Se quiebran y se tambalean, antes de recuperar el equilibrio al borde del margen. A veces, hasta conquistan la mesa y huyen del papel que las hará perdurables, o se intentan repetir en bajorrelieve sobre la siguiente hoja.

Sí, es cierto, son caprichosas, ininteligibles, frágiles, cambiantes, confusas, vacilantes… Pero tienen personalidad. La personalidad de su dueño. Es decir, son objetos con características humanas, porque son parte de nosotros, una parte que conseguimos materializar fuera de nuestras fronteras físicas –la tinta es la sangre del papel-. Nos pueden reconocer por nuestras letras, más que por el propio contenido de nuestras palabras. Sin embargo, cada vez se escribe menos a mano. Hasta las pocas cartas que se mandan hay quien las mecanografía, imprime y envía –para eso, manda un correo electrónico-.

En mi caso sigue siendo un placer tomar un bolígrafo y tantear el pulso sobre el papel, aun inmaculado. En ese momento todavía no sé si dibujaré, escribiré o simplemente ensuciaré con garabatos –preciosa palabra- la superficie clorada. Me da igual, al fin y al cabo tiene algo de mirarse en un espejo y yo siento debilidad por los espejos. Me puede el narcisismo y disfruto moldeando mi letra, pensando en quién pueda llegar a leerla sin haberme conocido. Me miro y sé que la letra me viste, que condiciona a mi presunto lector. La cuido, la hago elegante, interesante… Y aquí me tienen ahora, en Word, porque sólo hay algo que me gusta más que los espejos: las pantallas gigantes. Y ésta no deja de guiñarme el cursor de una manera tan sugerente…

4 comentarios:

  1. Nuestra pequeña mac-criatura te está llevando de la mano al lado oscuro, querido...vigila tu espalda (un ipad te hace guiños)

    BesosSabor"En7horasEstoydeVacaciones!!!!!!!!"

    Las disfrutaremos, bombón.

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  2. Querida, yo creía que me mantendría firme ante la seductora manzanita, pero sabes que me puede la estética.

    Ya casi nos vamos de vacaciones.

    Besos largos.

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  3. tambien duele la mano, muñeca, codo si estás mucho en esta mierda, por no hablar de los ojos jajaj
    me encanta lo de "para eso manda un correo electrónico" ajaj
    felices vacaciones
    Crisss

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  4. Gracias, Cris. Los ojos (y el alma) duelen más de ver la tele.

    Felices vacaciones para ti también.

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