No es la primera vez que les llamo la atención sobre la querencia que se tiene últimamente por la indignación gratuita. Da igual lo estúpido, irrelevante o incluso risible que sea el hecho, porque siempre encontraremos a un grupo de exaltados dispuestos a rasgarse las vestiduras. De hecho, cuánto más minoritaria sea la reivindicación y más se grite, tanto mejor. Supongo que este comportamiento parte de la necesidad de sentirse visionarios en tierra de ciegos, o pioneros entre reaccionarios, o vaya usted a saber qué. Lo realmente importante es hacer ver que se tienen valores elevados y profundas convicciones, aunque sean sobre chorradas elevadas o profundas idioteces.
No se confundan, no me indigna tal comportamiento. Sería poco consecuente. Pero andaba pensando en ello a raíz de la última petición de un grupo de inconscientes sobre la memoria histórica. Estos señores, alegando que el Valle de los Caídos es un símbolo del franquismo, pretenden dinamitar –sí, sí, dinamitar nada menos- la cruz que lo corona. La verdad es que indignarme no me indignó, pero si me sorprendió. Y es de agradecer, dados los aburridos tiempos que corren. A uno le hace sentir vivo no haber perdido la capacidad de sorprenderse.
Así que, después de imaginarme al mismísimo Chuck Norris descolgándose sin arnés y dejado pegotones de explosivo plástico a diestro y siniestro, me paré a pensar. Es algo que no suelo hacer muy a menudo, pero tenía el día reflexivo, así que llegué a una conclusión muy sencilla: estas personas no entienden bien el concepto de “memoria histórica”. O yo lo entiendo muy mal. Porque entiendo que es una ley (insuficiente) concebida para resarcir en la medida de lo posible al bando republicano. Esto es, reconocer que su lucha, no solo fue lícita –pues eran el gobierno del país-, sino que además estaban legitimados por una constitución votada por los españoles. Asimismo, se pretende denunciar los daños causados por el bando fascista, que no sólo contó con el apoyo de gente maja y de posibles –Hitler, Mussolini…-, sino que tuvo cuarenta años para ocultar todo tipo de barbaridades.
Durante ese tiempo, la represión franquista fue brutal y despiadada, pero también lo fue la labor propagandística del régimen. Imagino que cuando tienes que defender lo indefendible es mejor atacar que explicar. Luego llegó la transición y tal vez no era el momento. Es cierto que fue una época complicada, y que todos tuvieron que ceder, pero los crímenes de guerra siguieron impunes. No digo con esto que fueran los únicos que mataran, por supuesto que no, sólo digo que son los únicos que no fueron juzgados por ello. Y que alguien lo intente hoy en día... Pregúntenle a Garzón. Se dijo que la Ley de la Memoria Histórica abría viejas heridas. Claro, que eso lo decían quienes tienen un interés brutal en cerrarlas a toda costa. Porque les conviene.
Sin embargo, en el otro extremo, nos encontramos con unos señores que quieren volar un monumento. Pero sólo la cruz, ojo. Y no se dan cuenta de que eso, de memoria histórica, no tiene mucho. Si fuera perverso –dios me libre-, pensaría que tienen dificultades para entender conceptos abstractos, pero prefiero pensar que el extremismo les nubla la mente. Porque esa no es la manera de denunciar los crímenes franquistas. Una explosión hace mucho ruido, pero dura muy poco. El granito, en cambio, es silencioso, pero su presencia es casi eterna. Lo que hay que hacer es explicar el significado de ese lugar y utilizar su potencial icónico para destruirlo simbólicamente. Porque yo cuando pienso en el Valle de los Caídos no pienso en la presunta grandeza de Franco y sus acólitos, pienso en la sangre de los españoles que murieron para levantarlo. Para mí, Cuelgamuros, cruz incluída, es el símbolo de la barbarie franquista, de cómo se empleó a presos políticos, maestros e intelectuales, no para levantar un país, sino para cavar una tumba. La suya y la de su verdugo.
A lo mejor lo que pasa es que yo todavía soy más extremista, pero eliminar los símbolos no elimina la historia, si acaso la distorsiona. Si dinamitamos el Valle de los Caídos, se olvidará el sufrimiento y la injusticia que representa. Si desenterramos a Lorca y le hacemos una mausoleo de lujo, olvidaremos que los fascistas lo mataron y lo enterraron como a un perro. No es resentimiento, es presentimiento. El presentimiento de que si olvidamos, corremos el riesgo de repetir. No hay que destruir la voz de los que hablaron, sino dársela a los que amordazaron. Eso es memoria, lo otro es sesgo.