No me gusta hacerme eco de la actualidad, no me gusta repetirme ni repetirles cosas que ya hayan leído. Saben de sobra que no quiero aburrirles con lo mismo que podrían ver en cualquier sitio. Es más, conocen mi egocentrismo y pueden beneficiarse de, por lo menos, leer algo de lo que no hablarían en ningún telediario: yo mismo –sí, a mí también me sorprende-. Sin embargo, hoy, como en otras pocas ocasiones, haré una excepción y hablaré de lo que hablan los demás.
Hace unas pocas semanas, Sánchez Dragó hizo de las suyas en un libro de los suyos. Precisamente por este planteamiento ni me sorprendió ni me escandalizó su relato de pedofilia manga. Llámenme indolente. Me dije: otra vez Dragó con sus idioteces soeces y sus fanfarronerías políticamente incorrectas. No se equivoquen, no quise con ello disculpar al presunto escritor. Tampoco me creí su cobarde justificación al decir que tan sólo se trataba de ficción en mitad de un libro de anécdotas. Pero es que me resultaba todavía más increíble que dos japonesas de trece años violasen [sic] al atractivo literato.
Me pareció una salida de tono muy típica del personaje, ya casi aburrida por lo tedioso del protagonista. Habría sido un poco más divertida si se hubiese reafirmado en lo relatado, pero el tono cobarde venía de antes. Ya en el propio texto decía que lo contaba porque habían prescrito los hechos y luego, siguiendo con el ataque de arrojo y valentía, negaba directamente la posibilidad de que hubieran ocurrido. Supongo que los delitos pueden prescribir, pero las fantasías insatisfechas de un enfermo se mantienen siempre vigentes.
Y hoy más de lo mismo. En el telediario se emitían las imágenes de un programa de Telemadrid, presentado por Isabel San Sebastián, durante un corte publicitario. Sólo con el nombre de la presentadora ya puede uno hacerse a la idea de la catadura moral de los colaboradores. En este caso, el que habla es Salvador Sostres, otro presunto escritor, más conocido como columnista de El mundo y ex de Crónicas Marcianas. Y lo dicho, una sarta de barbaridades muy a la altura de su currículum.
Gracias a su incontenible verborrea sexual –la nueva enfermedad venérea-, a la filtración de las imágenes y a la denuncia interpuesta por UGT, ahora sabemos que le gustan las “chicas jóvenes en su punto de tensión sexual”. Además, le gustan porque “parecen lionesas de crema, limpias, todo dulce”. Aunque, sin duda, lo que le fascina es “esa tensión de la carne, esas vaginas que aún no huelen a ácido úrico, que están limpias, que tienen este olor a santidad de primer rasurado, que aún no pican. Esta carne que rebota, joven. Y ese entusiasmo, que te quieren enseñar que están liberadas, que ya son mayores”. A mí personalmente no me aporta nada, si acaso una nausea. A su mujer quizá le sugiera algo más.
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