Telecinco lo ha vuelto a hacer. Han caído tan bajo que apenas deben ver nada. A lo mejor eso es lo que les pasa, que están ciegos. Ciegos de curvas de audiencia, de dinero y de masas ávidas de miserias. Entonces, en mitad de todo, la oportunidad perfecta: el juicio mediático de un pederasta que mata a una niña, una trama de asesinato familiar y una mujer deficiente mental. ¿Quién da más?
Si el caso de por sí es sórdido, imagínense hasta dónde puede llegar la cadena amiga. Ana Rosa llevaba tiempo dándole vueltas al tema y el juicio le valió para avivar el fuego. Muchos ya no se acordaban del padre de Mariluz Cortés, de sus reivindicaciones –justas-, de su correcta oratoria y de sus escarceos políticos. Sin embargo, un colaborador de la polifacética presentadora, Nacho Abad, se erigió como justiciero en ciernes.
A mi tocayo le daba igual que el caso se hubiera instruido y que el juicio estuviera a punto de empezar. Él no se iba a dejar influir por la justicia ordinaria, no, eso es cosa de mortales. Resulta que hay una nueva justicia aun por encima de la divina; la justicia mediática. Y claro, los presuntos periodistas, son juez, parte y verdugo. Se divierten –qué le vamos a hacer-; se entretienen removiendo mierda. Les gusta el olor y, pensándolo bien, les da de comer. Ellos verán.
Lo primero que hicieron los secuaces de Ana Rosa fue fijar su objetivo. Optaron por el más débil, la mujer del acusado. Después se dedicaron a llamarla por teléfono sin descanso para engañarla con sus “astutas” trampas lingüísticas. Se les veía en la cara que disfrutaban planeando sus argucias. Pensaban: “Voy a decir esto aquí y la haré caer en una contradicción. Dios mío, que listo soy”. Daba igual que alguien les recriminara: “Pero, hombre, que estás engañando a una mujer con la mitad de tu coeficiente intelectual”. Tampoco importaba que ella sola, sin que nadie le preguntase, se contradijera una y otra vez en sus declaraciones ante la policía. Cuando lograban pillarla en un error, el triunfo brillaba en sus ojos. Lo habían conseguido, por fin habían demostrado ser más inteligentes que una persona con deficiencia mental. No está mal, no me extraña que dudasen.
A medida que el juicio avanzaba, consideraron necesario extender sus tentáculos en forma de buitres con micrófono. Los reporteros consumidores de carroña son un invento de Telecinco y los tienen bien amaestrados, mejor que a palomas mensajeras. Hace unos días, El Mundo hizo públicas unas imágenes no emitidas por la cadena. En ellas podíamos ver a la perseguida, desorientada, sentada en el suelo de un parque. Acababa de salir del juzgado, escoltada por una reportera de tirante coleta que apenas la dejaba respirar. La cogía de la mano, la consolaba y la embaucaba para que dijera lo que tenía que decir.
La entrevistada se encontraba en un estado de ánimo muy alterado. Entre sollozos, pidió a la reportera que no la grabasen más, que apagasen la cámara. La periodista le hablaba con suavidad, mientras se volvía hacia el cámara. “No grabes más”, dijo en voz alta. Y luego añadió con los labios: “Grábalo todo”. Por fin, ya en directo, cambió su declaración oficial y acusó a quien todo el mundo sabía. Su marido mató a la niña, eso dijo. Y, nada más pronunciar esas palabras, supongo que Nacho Abad tuvo un orgasmo de magnas proporciones. Entretanto, Ana Rosa le hablaba con condescendencia –como a todo el mundo, vaya-. Parecía que intentaba calmar a la mujer, pero en realidad saboreaba cada lágrima derramada.
Qué asco.
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