Seguramente ya estemos todos un
poco hartos del tema; será por sobreinformación, por acumulación de voces –gritos-,
letras y videos. Aunque, ahora que lo pienso, si no lo hubiéramos oído una y
otra vez, tampoco nos sorprendería. Al fin y al cabo, que la corona se queda
con dinero público es algo que sale en el Boletín Oficial del Estado. Y, si consideran
que decir eso es ser tendencioso, diré mejor que no todo el dinero público que
se queda la corona sale en el BOE, tal vez lo prefieran así. Eso sí, no estoy
hablando de los réditos de Urdangarín, sino de las residencias habituales de la
Familia Real, que forman parte de Patrimonio Nacional, o de los gastos de
personal, servicio, viajes, recepciones, seguridad y la Guardia Real, que
tampoco les cobramos. Si lo hiciésemos, los míseros ocho millones y medio de
euros –calderilla, vea usted- pasarían a casi sesenta, lo que no figura en el
BOE como parte del montante monárquico. Si acaso lo podremos ver en unos pocos
sorteos de los Euromillones.
En España, la monarquía se
presenta como una Institución imprescindible. Y, claro, cualquier cosa que se
tilde de “institución” lo parece. Lo que no sabe nadie muy bien es por qué es
imprescindible. Y menos aún por qué existe. No es necesario entrar en que al
rey lo puso Franco, o en que la Constitución del 78 lo desnudó de poderes. Eso
poco importa. Tampoco importa mucho que la Constitución no haya sido votada por
el 66% de los españoles, porque no éramos mayores de edad o ni siquiera
existíamos. Lo realmente importante es por qué está ahí Urdangarín.
El interesado –no vean doble
sentido en el término- lo verá de otra manera, porque cualquier español de a
pie puede asumir que un político sea un ladrón, de hecho va siendo costumbre. Lo
que ese ciudadano no se podrá explicar es por qué un individuo que no ha sido
elegido por nadie, al que nadie votó en ninguna constitución y que carece de
funciones políticas no sólo recibe dinero público, sino que además utiliza su
posición para sacarse un sobresueldo. ¿Y
su posición cuál es? Pues consorte, lo que viene a ser como un florero humano,
un florero gigante, caro y con mucha más ambición que cualquier florero al que
estemos acostumbrados.
Así se explica que un día se
cansase de ser florero y quisiera ser maceta. Y así salió a buscarse las flores y
encontró el campo lleno. Será porque llevaba el escudo de la realeza en la
frente y todos sabemos lo que genera la monarquía: pleitesía, súbditos. Y más
en los políticos, que son seres advenedizos, que son monarcas frustrados aunque
refrendados por la democracia y que darían su vida por rozar la chaqueta del
Rey. No quiero pues ni pensar lo que darían por un chascarrillo real, de eso
nacidos del campechanismo más
siniestro. Bueno, a lo mejor sí. Puede que le regalasen un yate a medias con su
dinero, a medías con 400 millones de pesetas de los ciudadanos baleares, que
también le pagan las vacaciones. Es fácil invitar a cuenta de los demás.
Si me permiten la frivolidad, esto
ha pasado por meternos tanto con Marichalar. Miren que a mí, por muy republicano que
sea, le supe ver su encanto, tan personal, con sus pashminas y su nueva cojera,
tan aristocrático, con esa cara de rancio abolengo, sea eso lo que sea. Con su
pasado de buena familia, sus altos cargos en marcas de lujo –hay que ser
consecuente-, su mujer –la infanta menos agraciada- y sus hijos feuchos. Eso sí
es la realeza, sin aspiraciones, porque ya lo tienen todo y un poco tocados por
la endogamia. Sin embargo, Urdangarín, tan venido a más, con tan buena pinta,
con unos hijos tan guapos y su mujer, que no es tan complicada de ver como la
otra infanta –infanta naranja, infanta limón-… Ahora que lo veo correr delante
de la prensa se me vienen dos pensamientos. Uno exculpatorio: “Yo también
correría si viniese Telecinco”. Otro no tanto: “No lleva chándal, no tiene
prisa, ¿por qué corre?”.
Claro, que no es la primera vez
que la monarquía tiene que salir corriendo.