El punto de vista siempre es el referente básico de nuestra posición ante la realidad –a tientas, o no-. Es el que nos da las coordenadas de nuestra situación y en referencia a él nos movemos o actuamos de determinada manera. El punto de vista más importante es el mío, es decir, el de cada uno. Sin embargo, se dan ciertas situaciones en la que cedemos esa posición de autoridad en favor de otros puntos de vista, siempre que nos convengan, ayuden o dirijan hacia un objetivo apetecible.
Tal sería el caso de preguntar qué ropa nos ponemos para determinada cita. En este ejemplo concreto, el hombre suele hacer prevalecer su propia opinión y no acepta consejo alguno, ya que está seguro de su gusto estético y, si no estuviera acertado, defendería su intención de crear tendencia. A veces es difícil distinguir la audacia de la imprudencia.
Pero, volviendo al tema, si esa determinada cita nos gusta de verdad, sí pondremos en duda nuestro punto de vista, o por lo menos lo dejaremos aparcado en doble fila durante un rato. Porque en todo momento intentaremos vernos desde sus ojos. Empezando por el tiempo siempre excesivo y poco productivo que pasaremos frente al espejo, hasta ensayar alguna frase “ingeniosa” –catástrofe- con la que saludar y dar el “golpe de efecto” –en nuestra nuca-.
Esto se debe a nuestra intención de agradar. Y se da en distintas situaciones, aunque con menos fuerza, véase una entrevista de trabajo, asistir a determinado acto en el que se tendrá cierto protagonismo, preparar un discurso, etc. No sé si es bueno o no, ya que, por mucho que adoptemos un punto de vista distinto del nuestro, tampoco sabemos si es acertado o se asemeja en algo al que la otra persona tiene de nosotros. Pero sí es un ejercicio de autocrítica; una especie de viaje astral en el que salimos de nuestro cuerpo y nos vemos con otros ojos.
En ese ejercicio de autocrítica solemos ser bastante severos –salvo autocomplacientes excepciones- y nos vemos igualmente distorsionados. Recurrentemente he pensado en cómo me vería yo desde fuera. Y no me refiero a adoptar otro punto de vista, sino a conocerme físicamente desde otro cuerpo. Teniendo en cuenta mi poca paciencia y mi susceptibilidad –prefiero “sensibilidad”-, he llegado a la conclusión de que me caería bastante mal, me sacaría cien mil defectos físicos y seguramente me diría alguna inconveniencia para minar mi propio ánimo y bajarme un poquito los humos –para poder ver por debajo de los hombros-.
Asimismo, no he podido evitar pensar en la existencia de un punto de vista universal, lo que es una contradicción ya desde su planteamiento. Sin embargo, cuando he escrito ficción, mi punto de vista era universal para la trama, los sentimientos y las decisiones. Y, aun así, cada personaje tenía su propia forma de entender la situación. Recuerdo haber puesto a determinado personaje en la tesitura de verse siempre desde los ojos de otra persona, por supuesto de manera equivocada. Y esa presunta percepción lo llevaba a comportarse de una forma errática y estúpida que, aparte de repeler a la interesada, hacía imposible que el personaje se aceptara y pudiese actuar de acuerdo con su propia personalidad.
Y ahí estaba mi punto de vista universal; acertado siempre, porque era yo el que tenía una visión nítida y cierta del concepto que cada personaje tenía de sí mismo. Pero iba más allá, también sabía la imagen de sí mismos que los personajes creían dar y, aún más, mi propia visión sobre su mundo. Pero entonces pienso que, para que eso pasase en verdad, debería existir un ser capaz de asumir mi posición en la ficción, lo que igualaría nuestra realidad a la que yo hice de letras.
En consecuencia, si existe un dios –Dios no lo quiera- y no soy yo, podríamos estar en manos de un lunático con mucho tiempo libre. Entonces me vuelve a la cabeza la idea de un punto de vista universal; el de un presunto dios, claro, y pienso en el concepto que podría tener de mí. Sí, lo sé, asumo el punto de vista de Dios –uno es modesto- y me quedo con el mío. No me gusta nada lo que ese señor podría pensar de mí si sabe lo que yo pienso de él.