martes, 3 de noviembre de 2009

Odio a los padres.

Sitúense. Sin lugar a dudas esta es su noche. Se han puesto guapos, han pasado más tiempo del conveniente delante del espejo, colocando cada cabello como si fuera la pieza clave del entramado que sostiene su autoconfianza. Tras esto, han mirado el reloj también más de lo conveniente. Puede que incluso hayan dudado de su precisión y hayan acudido prestos a contrastar la hora con la de cualquier otro dispositivo doméstico. Después de la intensa espera intentando no arrugar ni un milímetro de su indumentaria, ha llegado el momento. Ahora, su espectacular y ansiada cita llegará y juntos acudirán a un restaurante nocivo para su cuenta corriente, y lo harán con una sonrisa en los labios.

De acuerdo, todo va genial. Su pareja está tan espectacular como habían previsto. Se lo han hecho saber y han sido correspondidos por su parte con una observación similar. Caminan por la calle, henchidos de orgullo, porque cualquier pareja, además de una persona, es también un bello complemento –y perdonen mi frivolidad-. Durante el transcurso, se cogen del brazo y ahogan un suspiro de alegría. Además, en contra de sus temores, no se han bloqueado en la interactuación. Es más, su conversación es ágil, relajada, ingeniosa. Puede que hasta cómplice en algunos momentos.

Entonces llegan al restaurante. Un sitio elegante, sin duda, de líneas minimalistas y modernas, pero sin la “insaciante” comida minimalista y moderna que se podía esperar (o al menos eso le ha dicho el amigo que se lo ha aconsejado). Así pues, entran y son atendidos inmediatamente por un tipo de porcelana y gomina que los conduce hasta la estupenda mesa que habían reservado el día anterior. Ahí están, un tanto nerviosos, porque es su primera cita seria, los dos solos, pero se sienten a gusto, pues es evidente su atracción mutua. La expectativa es máxima.

Eligen el vino y esperan la comida. Sería difícil mejorar en algún sentido la situación. Parece que nada puede salir mal, pero entonces llega una familia con dos niños. Todos van impolutamente vestidos, excesivamente repeinados y hablan demasiado alto. Con terror, observan cómo se sientan en una mesa muy próxima a la suya. Están esperando a otra pareja, igual de impolutamente vestida e igualmente “bendecida” con dos adorables querubines.

Al poco de sentarse, las parejas comienzan a hablar entre sí y los niños se aburren. Su animada conversación con la deslumbrante persona que tienen delante empieza a resentirse por las faltas de atención, resultado del inicio de la rebelión infantil. Los padres permanecen absortos en sus conversaciones, mientras los niños se levantan y empiezan a pasear libremente por el comedor. Usted, convencido de su Karma, intenta concentrarse en seducir a su cita, pero de improviso se encuentra con una de las demoniacas criaturas mirándole fijamente a escasos treinta centímetros de su rostro. Usted lo fulmina con una mirada que lo hace retroceder, pero esto es sólo el comienzo.

El niño vuelve, mientras dos más corren ya entre las mesas. Pide disculpas a su pareja y se levanta, para advertir educadamente a los padres del “descuido” que han tenido con sus hijos. Ellos responden con una especie de ofendida educación y llaman, voz en grito, a sus dobles pequeños. Pero la calma dura poco tiempo, vuelven las carreras. Esta vez llama al camarero y le pregunta por el teléfono de Herodes. El camarero, ya con un niño estirándole de la chaqueta, capta la sutil indirecta y habla con un superior para que informe a los padres de la fascinante capacidad de sus hijos para importunar comensales.

De nuevo, la ofendida educación y unos minutos de calma. Y cuando ya parecía que podría retomar el control de su prometedora cita, uno de los niños le tira un vaso de Coca Cola por encima. Ya es demasiado. Tenía que pasar. Como dice Rajoy, que de eso sabe: “Santo Job sólo hay uno”. Fuera de sí, usted se levanta, coge al niño por el pescuezo y le hunde la cara en la cubitera de la bebida, ante la horrorizada mirada de su acompañante. No puede evitar lanzar una escalofriante carcajada y la expresión de su rostro se torna maléfica mientras saca al pequeño medio ahogado y le dice: “Ahora reprodúcete si tienes huevos, maldito gremlin”.

Lo siguiente que ve, después perder la consciencia a consecuencia de un certero botellazo en la nuca, es el techo de un calabozo de la comisaría. Y lo primero que piensa es que nunca tendrá hijos, porque no quiere matar a nadie, ni quiere ser un padre de ofendida educación. Además, visto lo visto, su deslumbrante acompañante ya no lo verá como el padre/madre ideal. Eso desde luego.

Iba a decir que odio a los niños. Pero sólo los odio por ser una envilecida versión de bolsillo de sus impresentables progenitores.

15 comentarios:

  1. Me encanta...nos parecemos mas de lo que creemos...

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  2. ¿¿¿Quien no ha querido matar a un niño alguna vez????

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  3. Siento discrepar de tu valoracion inicial Nacho, pero me ha gustado mucho. Yo no comparto el gusto por el infanticidio como las damas, pero me ha enganchado, de verdad, la tension ha ido aumentando poco a poco para desembocar en la explosion de ira.

    Lo siento pero me gusta, jajajaja

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  4. Jajajaja. Vaya, pues me alegro de que os guste a los tres. Se ve que soy mejor escribiendo tonterías que cosas serías. Como en la vida real.

    Besos.

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  5. Sí, el pelo y la autoconfianza van de la mano; sí, las parejas son un (curioso) complemento; y los niños de ahora unos malcriadosss perooooooo qué es eso de ir del brazo, abuelooooooooo jajaj

    Este tipo de escritos tuyos me encanta jij

    CRiss

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  6. Me he criado viendo pelis de los años 40 y 50, ¿qué esperabas?

    Me alegro de que te guste.

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  7. Ya era hora! cuanto tiempo esperando este gran articulo, me ha encantado.
    no se si seras mejor ecribiendo tonterias que cosas serias pero siento predilección por las tonterias asi que sigue asi.

    Ger

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  8. Tú tranquilo. Llevo toda la vida haciendo el tonto, ten por seguro que seguiré así.

    Me alegra mucho que te guste.

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  9. xD Muy bueno, sin duda.

    Lo mejor es la frase final: "sólo los odio por ser una envilecida versión de bolsillo de sus impresentables progenitores".

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  10. Muchas gracias, Rubén. Me alegra saber de ti.

    Un abrazo.

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  11. Escribes mucho mejor cuando no te pones tan Marías :P Me ha encantado.

    Por cierto, La anécdota de Herodes me suena de algo... :P

    Bona nit!

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  12. Muchísimas gracias. Me alegro mucho de que te guste más. Herodes es grande...

    Besos.

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  13. Qué protocolario en tu contestación!

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  14. Ya te digo, Álvaro. Supongo que hará méritos para que lo canonicen.

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