Nunca me erigiría como adalid del idealismo político. Tal vez no me defina por mis convicciones desinteresadas acerca de una utopía social alejada de intereses económicos. Es posible que no crea en un sistema centrado en la persona como elemento principal de sus preocupaciones y medidas. Y no lo hago, no por falta de ganas, sino por falta de convicción en el sentido estricto del término. No me convence, no creo que sea aplicable, funcional o como quiera decirse. Sin embargo sí tengo mis intereses políticos: Me informo sobre los distintos programas electorales, valoro mi afinidad ideológica, la sopeso con la utilidad de mi voto, voto y sigo al corriente de la acción de gobierno, vigilando si se ajusta a lo prometido.
No pido que todo el mundo haga eso –se ve que también me falta convicción en ese sentido-, pero, si la sociedad se queja de los políticos, antes debería de echarse un ojo a sí misma. Tampoco los políticos deberían quejarse del hastío y del desinterés general hacia ellos. Los elevados porcentajes de abstención son más absentismo que abstención. Simplemente se pasa de la política porque no se cree –no sin razón- en la capacidad de los políticos para solucionar los problemas de los ciudadanos. A eso se une una ignorancia crónica que da lugar a dos tipos de votantes. El primero, el no-votante y, el segundo, el integrista político.
Este último me parece especialmente interesante, por ridículo –como cualquier integrista-. Tiene especial presencia entre los partidos de derechas y se basa en votar a un logotipo haga lo que haga el que lo sostiene. Supongo que viene del gusto de este tipo de votantes por los estandartes, monigotes, soflamas, lemas y todo tipo de ornamentación y parafernalia que oculte la ausencia de contenido. Al igual que sus lidercillos de cabecera, se dedicarán a insultar sin reflexionar, pero, sobre todo, a criticar sin proponer. Y lo harán porque desconocen que una cosa es la oposición y otra muy distinta la contra. Dentro de su referida ignorancia crónica, desconocen que los partidos que no gobiernan deberían dedicarse a plantear alternativas a las medidas del gobierno. Y da igual, prefieren palabrería, gritos y descalificaciones varias. Al que le gusta la mierda no debería importarle el fondo del programa político. Se presupone que olerá mal.
A estos votantes les da igual el nivel de corrupción al que puedan llegar sus dirigentes. Les da igual lo encausados, enjuiciados o condenados –divina y humanamente- que puedan estar. Les votarán aunque sea lo último que hagan, aunque luego les roben el dinero de sus mismísimas cuentas corrientes. Están ávidos de führercilllos, duces y generalísimos varios. Adoran verse reflejados en la impunidad de sus admirados. Quieren que se salgan con la suya. Quieren que ganen los malos. Y lo quieren por una cosa, porque ellos harían exactamente lo mismo. Porque serían igual de corruptos y porque no utilizarían su poder para lograr el bien general –con lo agradable que es el particular-. Porque tampoco creen en la política y sus nociones sobre los principios democráticos servirían de inspiración para no pocas dictaduras.
Pero, ¿qué queremos? Los partidos políticos dan pena, cuando no asco. Las ideologías se funden en una amalgama informe y sólo identificable por los colorines de las banderolas. Los partidos (El Partido) de derechas gritan, aúllan, insultan y no proponen nada, porque no tienen ni idea de qué harían si estuvieran en el poder. De hecho creo que se alegran profundamente y piensan: “Menos mal que no ganamos. Y que se ponga peor, que así nos los quitamos de encima y a ver si mientras se recupera un poco la situación”. Entre los partidos de Izquierdas, el partido que se define socialista defiende una curiosa máxima: en época de bonanza, los agentes capitalistas tienen derecho a todas sus ganancias y a pasar del estado. Es más, si les bajan los impuestos y les dan ventajas fiscales, pues mejor que mejor. Y en época de crisis, no pasa nada, el estado se hace cargo del estropicio y les paga los desmanes. Mientras tanto ninguno de los grandes bancos ha registrado pérdidas. Han bajado su ritmo de crecimiento, pero no han dejado de ganar dinero.
Tampoco me cuadra el funcionamiento de la ley electoral. No sé porque partidos regionalistas, como el PNV con 303.246 votos, pueden obtener seis escaños, mientras que Izquierda Unida con 963.040 sólo consigue dos. Si, ya sé, me dirán que es para atender el carácter multicultural de España y para que todas las autonomías estén representadas en el Congreso. Pero, ¿para tal efecto no estaba el Senado? Ah, perdón, se me olvidaba que el Senado no sirve para nada. Sinceramente, me veo pasando de la política en breve.
Y me asusta.
Coño, y yo que creia que la oposición y la contra eran lo mismo....lo buscare en la R.A.E..... la R.A.E. debe estar equivocada como yo.... jajajaja.
ResponderEliminarChechu, lo decía por aquello de proponer en lugar de oponer directamente. Supongo que es cuestión de comodidad. Saludos (y no te fíes de la RAE).
ResponderEliminarA mí tampoco me cuadra el sistema D'Hondt, por fino que suene.
ResponderEliminarUn abrazo