martes, 22 de junio de 2010

Verano.

La cadencia lenta de los rayos de sol a través de las cortinas blancas. Las ondas de luz se forman sobre el sofá como si hubiesen dejado caer los rayos en hebras blanquecinas a merced del aire. El aire cálido rodeando los cuerpos estáticos y el agua como salvación y objetivo. Los besos templados a media noche, cuando la luna no calienta y la cama no acaba de enfriarse. Verano a grandes rasgos y en pequeños detalles. Los despertares que no terminan nunca, las vueltas de sábana, el arroparse de madrugada, las siestas diáfanas y extendidas. El zumo de naranja de mañana fuera de temporada, las tostadas con aceite en la terraza sin los toldos puestos, con el sol todavía tibio. El mar liso, planchado, pendiente de los vientos que no terminan de llamarle. Y luego la bola de fuego que asciende lentamente, haciendo que el aire baile de calor sobre las superficie ardientes. El hielo del vermouth del aperitivo deshaciéndose entre la rodaja de limón y su corteza amarilla. El mejor café granizado del mundo, tarde tras tarde en la terraza de mi amigo Germán. Los ocasos comiendo pipas y acumulando cáscaras a nuestros pies. La cena breve en espera de las copas en la playa. Los paseos por la orilla cuando el agua está más caliente que el aire y el mar duerme y respira sal. El ronroneo del motor de la Vespa y mi camisa hinchada por el aire. El limón granizado, el helado de mantecado –mantecao, vaya-. Las calas blancas de piedras redondas, el sonido del agua, ola tras ola, escapando bajo ellas. El camino de plata titilante que dibuja la luna desde la playa al horizonte difuso -¿dónde empieza el cielo y termina el mar?-. Verano en pequeños recuerdos.

Hasta los párrafos parecen estirarse, desperezarse sin conseguirlo. Ahora, en Madrid, el calor amenaza con la suave sugerencia del pestañeo de un termómetro. Grado a grado me va entornando los ojos y hace que pesen las pestañas. Sé que la ciudad terminará por dormirse también, poco a poco, sin que nos apercibamos. Cuando llegue agosto, las noches se taparán con el silencio de la ausencia.

Entonces ya hará más fresco y quizás las luces de la Gran vía se acuesten antes, cansadas de todo un año sustituyendo al firmamento. Quizás se dejé ver alguna estrella en este terrible cielo rojo nocturno. Entonces los párrafos y las tardes serán más breves y todo cuanto anhelamos del estío andará ya resacoso y desgastado, desesperado de invierno para volver a ser mágico. Porque los deseos cotidianos también precisan de la tregua de la imposibilidad para no perder la magia.

En el cénit del verano llega la asunción de lo extraordinario como cotidiano. Todo cuanto hemos estado deseando a lo largo del invierno se reproduce día a día, hasta parecer permanente. Con el declive suben las acciones de las costumbres estivales y se aprecian en la medida en que su vida se acorta. El ser humano es así; desprecia lo que tiene y sobrevalora lo que ansía, en lugar de darse cuenta de que todo es mágico en su momento y cómo tal ha de vivirse.

Porque lo sé, a mí no me engañan. Cuando lleven tres meses de calor insoportable y el salitre haya convertido sus pieles en un bolso de cocodrilo de contenido visceral, rogarán por un abrigo. Se les irá la vida por la poesía marchita de las hojas descendiendo en suave vaivén desde los árboles hasta la acera. Querrán ver el espectáculo de colores en los parques y los bosques. Querrán darse los últimos baños en un mar solitario, frío y transparente. Les asaltará con una fuerza casi erótica el sol de otoño que calienta pero no quema. Se morirán por arroparse junto a su pareja bajo las mantas y dormir abrazados sin ventiladores ni aires acondicionados –ni condicionados, en el caso de quien escribe-. Y cuando ya lo tengan, darán su vida porque llegue la navidad. Porque, sí, admitámoslo, el Corte Inglés, bajo su empresarial apariencia, cumple el sueño de toda persona: vivir por anticipado. El futuro hecho presente, sin la depreciación de lo posible. De ahí los precios de quien vende sueños a quien carece de ellos. Es peligroso vivir en el futuro, pues entonces hoy siempre será ayer.

6 comentarios:

  1. Verano = Frigopie
    Frigopie = churrete en la camiseta
    Churrete en la camiseta = hay que quitarsela!

    (me gusta el verano contigo)

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  2. A mi me gustan tus silogismos/ecuaciones estivales. (Y tú, vaya).

    Besos.

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  3. El que más me ha gustado de todos los que te he leído ;-)

    Crisss

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  4. Cris, eso es todo un honor, habida cuenta de tu -alta- fidelidad. Qué pases buen verano.

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  5. Solo te digo que se me han puesto los pelos de punta con la descripción.
    Por cierto cuando quieras sabes que tienes un cafe esperandote.
    Un abrazo

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  6. Germán, qué alegría leerte. Me alegro mucho de que te haya conmovido. Compartimos veranos sin partir y vendrán muchos más. El café, para empezar, dentro de muy poquito.

    Un abrazo.

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