La cadencia lenta de los rayos de sol a través de las cortinas blancas. Las ondas de luz se forman sobre el sofá como si hubiesen dejado caer los rayos en hebras blanquecinas a merced del aire. El aire cálido rodeando los cuerpos estáticos y el agua como salvación y objetivo. Los besos templados a media noche, cuando la luna no calienta y la cama no acaba de enfriarse. Verano a grandes rasgos y en pequeños detalles. Los despertares que no terminan nunca, las vueltas de sábana, el arroparse de madrugada, las siestas diáfanas y extendidas. El zumo de naranja de mañana fuera de temporada, las tostadas con aceite en la terraza sin los toldos puestos, con el sol todavía tibio. El mar liso, planchado, pendiente de los vientos que no terminan de llamarle. Y luego la bola de fuego que asciende lentamente, haciendo que el aire baile de calor sobre las superficie ardientes. El hielo del vermouth del aperitivo deshaciéndose entre la rodaja de limón y su corteza amarilla. El mejor café granizado del mundo, tarde tras tarde en la terraza de mi amigo Germán. Los ocasos comiendo pipas y acumulando cáscaras a nuestros pies. La cena breve en espera de las copas en la playa. Los paseos por la orilla cuando el agua está más caliente que el aire y el mar duerme y respira sal. El ronroneo del motor de la Vespa y mi camisa hinchada por el aire. El limón granizado, el helado de mantecado –mantecao, vaya-. Las calas blancas de piedras redondas, el sonido del agua, ola tras ola, escapando bajo ellas. El camino de plata titilante que dibuja la luna desde la playa al horizonte difuso -¿dónde empieza el cielo y termina el mar?-. Verano en pequeños recuerdos.
Hasta los párrafos parecen estirarse, desperezarse sin conseguirlo. Ahora, en Madrid, el calor amenaza con la suave sugerencia del pestañeo de un termómetro. Grado a grado me va entornando los ojos y hace que pesen las pestañas. Sé que la ciudad terminará por dormirse también, poco a poco, sin que nos apercibamos. Cuando llegue agosto, las noches se taparán con el silencio de la ausencia.
Entonces ya hará más fresco y quizás las luces de la Gran vía se acuesten antes, cansadas de todo un año sustituyendo al firmamento. Quizás se dejé ver alguna estrella en este terrible cielo rojo nocturno. Entonces los párrafos y las tardes serán más breves y todo cuanto anhelamos del estío andará ya resacoso y desgastado, desesperado de invierno para volver a ser mágico. Porque los deseos cotidianos también precisan de la tregua de la imposibilidad para no perder la magia.
Verano = Frigopie
ResponderEliminarFrigopie = churrete en la camiseta
Churrete en la camiseta = hay que quitarsela!
(me gusta el verano contigo)
A mi me gustan tus silogismos/ecuaciones estivales. (Y tú, vaya).
ResponderEliminarBesos.
El que más me ha gustado de todos los que te he leído ;-)
ResponderEliminarCrisss
Cris, eso es todo un honor, habida cuenta de tu -alta- fidelidad. Qué pases buen verano.
ResponderEliminarSolo te digo que se me han puesto los pelos de punta con la descripción.
ResponderEliminarPor cierto cuando quieras sabes que tienes un cafe esperandote.
Un abrazo
Germán, qué alegría leerte. Me alegro mucho de que te haya conmovido. Compartimos veranos sin partir y vendrán muchos más. El café, para empezar, dentro de muy poquito.
ResponderEliminarUn abrazo.