Miedo me da ver lo bien que se llevan ahora Rajoy y Zapatero, sobre todo con sus antecedentes de pareja conflictiva a lo Pimpinela. Resulta que, de un día para otro, el del PP gana las elecciones y el del PSOE se retira de la vida política y todo parece solucionado. Uno dice que las relaciones son fluidas y cordiales, el otro que hablan todos los días y otros tantos llegan a pronunciar la palabra “amistad” –toma ya-. Visto el panorama, quien escribe ya se imagina un: “cuelga tú; no, cuelga tú; no, cuelga tú; no, a la de tres colgamos los dos”. Por no hablar del paso de los reproches más salvajes de antaño a los actuales: “No, Mariano, no te pienso besar hasta que te afeites la barba, que me pinchas”.
Si hasta se tuvo que interponer Bono el día de la Constitución para cortar el flirteo institucional. Luego reprendió a todo el mundo; se le veía incómodo, aunque es persona aficionada a las notas de sociedad y a las portadas de Hola y también a Dios y a Marx, pero eso ya es otra historia. Porque el tema que nos ocupa se desarrolla en este preciso instante, en este teclear o en aquel dormitar de siesta. Sí, como lo oyen, ahora mismo Mariano está llamando a José Luis. Tiene miedo, se siente inseguro –“si lo llego a saber, no gano las elecciones”-. Sabe que, tarde o temprano, los españoles se preguntarán dónde se ha metido desde que salió al balcón genovés. Pobre hombre, él que se creía ganador de un sorteo de viviendas de protección oficial, ahora se da cuenta de que la Moncloa es un marrón y que no sólo hereda deudas, sino también el discurso que tanto criticó a Zapatero, el de la colaboración de la oposición. Por eso, a pesar de las buenas relaciones, el gallego no duerme bien. ¿Y si los socialistas, en lugar de colaborar, le hacen la misma oposición obstruccionista y verdulera que a él le dio tantas alegrías? No, José Luis no le haría eso, pero ¿y Rubalcaba?
Así que, ante la duda, sigue escondido. Y no dice nada, ni siquiera quiénes serán los ministros, seguramente porque ya nadie lo quiere ser. Con todo lo que lo habían jaleado, tendrá que recurrir a los trepas de siempre y olvidarse de los intelectuales salvadores de la patria. ¿Qué más da? Si, pase lo que pasé, se hará lo que diga Alemania, que para eso mandan. Aunque Rajoy es consciente de que prometió un mayor peso de España en Europa, y ya se ha puesto manos a la obra. Sin ir más lejos, hace poco recibió en su búnker de la calle Génova al viceprimer ministro británico, a quien puso al tanto de la distribución de los partidos en el Congreso de los Diputados. “Está Amaiur”, dijo consternado. El inglés, a su vez, puso cara de póker, porque no tenía ni idea de quienes eran los que tanto trastornaban al popular. “Los de ETA”, puntualizó Rajoy, haciendo gala de una diplomacia que, cuanto menos, nos asegura futuros momentos de diversión. Y, siendo justos, tampoco se le puede echar en cara el comportamiento. Ya dijo que no pensaba hablar con estos vascos en concreto. Se ve que, aunque tengan más votos que el PNV, es más cómodo hacer cómo que no existen.
Sea como fuere, y por obsceno que parezca, me entretiene nuestra política. Es digna del sentido del humor más irónico y sofisticado, aunque a veces raye en el cinismo. Acabamos de salir de un gobierno de izquierdas que llevó a cabo políticas de derechas, que dio más dinero que cualquier otro a la Iglesia Católica, un gobierno presidido por el único partido socialista monárquico del mundo. ¿Dónde sino en España? En nuestro querido país, donde se subvenciona la educación privada con dinero público, dónde la medicina pública se lleva a cabo en centros privados, donde los partidos no valen lo que sus votos y donde Zapatero defenderá las políticas de Rajoy en la próxima cumbre de la UE. Spain is different, vaya que sí. Gracias a ello, hemos conseguido un nuevo hito en la historia. Lo compartiré con ustedes, pero sean discretos con la primicia: Hasta que Mariano forme nuevo gobierno el 22 de diciembre, nuestro país será la única monarquía anárquica de derechas de la historia.
Leeeeeeeído!
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