Cuanto más tiempo pasa desde la victoria de la derecha, más se me confirman las sospechas habituales. La primera y más importante es el gran error de Zapatero, que fue quitar importancia a la crisis. A mí me defraudó en su momento, por la intencionalidad, pero luego me cabreó definitivamente, por lo tonto de la estrategia. Antes de llegar Rajoy, ya supuse lo que iba a hacer; exactamente lo mismo que Zapatero –lo que diga Merkel-, pero haciéndose la víctima y por boca de Soraya. Todo ello desde algún lugar escondido en el rincón más oscuro del sótano de la Moncloa. Y ahí sigue.
La segunda sospecha es que “se iba a montar la de Dios”, porque, si bien los recortes socialistas fueron de todo menos socialistas, ahora los lleva a cabo el Partido Popular, lo que me demuestra una cosa: preferimos que el PSOE actúe como un partido de derechas a que lo haga un partido de derechas. No nos indigna ya desde el principio que el Partido Socialista sea monárquico (!), o que financie a la Iglesia con mayor generosidad que cualquier otro. En cambio, nos llevamos las manos a la cabeza si el místico de Camps, un tipo que le guiña el ojo a Dios, decide gastarse una millonada de dinero público en invitar a Valencia a ese Papa tan siniestro.
Supongo que no sabemos identificar la ironía, o que nos gusta que nos peguen palos los que no tendrían que hacerlo, aunque sólo sea por la sorpresa. Porque de palos va a tratar el asunto, según parece. De palos, huevos, piedras y espráis; del moderado y civilizado 15-M, a romper cristaleras de bancos, pintarrajear escaparates y quemar coches y motos de gente que no tiene la culpa de nada. Y, claro, como ahora gobierna la derecha –los Mossos de Esquadra no cuentan, siempre han sido apasionados en exceso-, la policía se comporta como la de los buenos tiempos y reparten porrazos a diestro y siniestro, a hombres y mujeres por igual, a jóvenes y mayores en la misma medida. Que no se diga que hay discriminación.
Y mientras tanto, unos cuantos manifestantes, los menos, los pocos energúmenos de siempre, siguen sin darse cuenta de que la violencia siempre desautoriza. El vandalismo nunca ha sido un mensaje muy profundo y no creo que refleje ninguna ideología progresista, a no ser que nos hayamos vuelto dadaístas. Quienes se manifiestan, cargados de derechos y de razones, deben ser los primeros en entender que las sirenas callan las proclamas y que las pintadas emborronan los lemas. Quizás la situación se haya agravado, quizás el gobierno esté legislando –por fin- como lo que es; un gobierno de derechas, y quizás la policía actúe de acuerdo a nuevas normas, que vienen de las más viejas, de las afines a los gobernantes actuales. Pero precisamente por todos esos quizases, por muchas ganas de gritar que tengamos, siempre será mejor hablar. Y será mejor escribir que pintarrajear y encender los ánimos que incendiarlos y lanzar mensajes en lugar de huevos. Ahora que el gobierno se comporta como corresponde a su herencia de partido fundando por franquistas, los estudiantes deben comportarse como corresponde a su condición. Su condición de intelectuales. Su condición de futuro inmediato.
Es sólo un toque de atención, antes de que los toques se conviertan en tiros y la atención en despiste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario