miércoles, 17 de agosto de 2011

El Parque del Perdón.

¿Qué opinarían de alguien que les hace sentir culpables por llevar a cabo actos que no hacen daño a nadie y que además les proporcionan felicidad? Seguramente no querrían tener nada que ver con este señor o señora tan desagradable, chantajista y amargado. Y nadie les culparía. Es más, probablemente cualquier amigo que les quiera bien, no dudaría en decirles: “No te preocupes, hombre, si has hecho lo que debías, peor para él”. Eso si no optaba por el “Demasiado has aguantado ya, que se joda y se busque a otro”. Es lo lógico, lo natural. Pues bien, si ustedes también piensan así, deberían advertir a sus amigos creyentes de que Dios no les conviene.

Yo nací ateo y no soy quien para recomendar o dejar de recomendar compañías que desconozco, pero sí sé discernir entre el bien y el mal. Y muchas de las cosas que la Iglesia considera reprobables son intrínsecas a la naturaleza del ser humano. Y no sólo eso, sino que tratar de reprimirlas o de negarlas puede resultar tremendamente perjudicial, aparte de absurdo, estúpido y sectario. Uno no puede ir a África y decir que Dios no quiere que usen el preservativo. No, claro que no, lo que Dios quiere es que copuléis como locos, os contagiéis el sida y la hepatitis y tengáis hijos seropositivos. Debe ser que Dios se siente muy sólo ahí arriba y necesita compañía, porque, si no, no se entiende.

Y esto es sólo un ejemplo, por no hablar de la homosexualidad. Está claro que la Iglesia ya no consigue que muchos homosexuales culpabilizados elijan la casta vida sacerdotal para salvar su alma. Quizás porque no han hecho nada malo, o porque no es su alma la que está podrida. Quizás porque sea mucho más moral vivir de acuerdo a uno mismo que malvivir escondido negando tu propia identidad. Pero hay que tener en cuenta que hasta hace bien poco la moral era potestad de las religiones. Y era una moral muy rara. Más si cabe teniendo en cuenta la cantidad de curas homosexuales cuyas conductas fueron silenciadas durante décadas por la alta jerarquía vaticana.

Ahora, no se preocupen ustedes. La salvación está al alcance de todos, sólo hay que pasar por el aro. Porque, aunque no lo crean, la Iglesia consiguió domesticar -¿castrar sería muy fuerte?- al mismísimo Dios del Antiguo Testamento, al de las siete plagas, al que se cargaba a los primogénitos y al que ahogo a la humanidad menos a Noe, familia y mascotas. Y convirtió a ese Dios tan marchoso en un jubilado venerable y bondadoso, como quien convierte a Chuck Norris en James Stewart. Si lo hicieron con su jefe, qué no harían con nosotros. Por eso poca gente entiende que ese dios tan bueno mate gente inocente en cantidades desproporcionadas, gente de todas las edades, con hijos, padres, pareja y responsabilidades. Gente que merecería vivir. Da igual, ellos lo arreglan con: “Forma parte del plan de Dios, sus caminos son inescrutables”. De tan inescrutables que son, hay quien diría que no tiene muchas luces.

Porque quieren que creamos en un Dios que no es el lógico. Yo no creo, de acuerdo, pero puedo entender la necesidad de un ente superior que dé sentido a todo lo inexplicable. Igualmente entiendo que, precisamente por ser inexplicable, la Iglesia carece de la verdad absoluta. Pues esa es la magia de lo espiritual; su espíritu, que sólo puede pertenecer a cada uno. No es justo que se monopolice desde fuera. El perdón, la paz y la limpieza de conciencia están en cada persona. No hay que preocuparse si se sabe distinguir el bien del mal y no hay cuentas que rendir con uno mismo. Los demás, los que se sientan culpables por ser humanos y quieran formar parte del rebaño, tienen un montón de hierba en el Parque del Retiro –ahora Parque del Perdón-, bajo la madera de doscientos confesionarios ocupados por doscientos curas. Entre las ofertas destacadas, esta semana –la semana fantástica- está gratis el aborto, pero sólo esta semana, no pierdan la ocasión.

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