martes, 22 de diciembre de 2009

Madrid y silencio.

Es tarde, no tanto como para ser pronto, pero tarde en cualquier caso. Mis pasos resuenan en una calle desierta y me delatan como único caminante en varios metros a la redonda. La acera parece molesta de que ni de noche la dejen descansar y se resiste a mantener mis huellas mucho tiempo sobre la superficie. Las baldosas brillan en cientos de cristales de sal que reflejan la luz amarilla de las farolas. Siempre me ha gustado esta luz taciturna que contagia de ictericia a todo cuanto pasa por debajo.

Me entretengo mirando el brillo surrealista de la sal y avanzo sin darme cuenta y sin ningún rumbo definido. Tengo la mente en blanco por primera vez en todo el día. Tan sólo se me ocurre pensar: “Qué lejos está esta sal del mar”, pero no creo que sea un pensamiento poético ni interesante -quizá ando demasiado preocupado por “interesar”, sea eso lo que sea-. Y de nuevo la mente en blanco y el aire de la sierra cortándome los labios y sellándolos, como si no tuvieran ya bastante silencio.

Cuando llego a Príncipe de Vergara la calle se abre y, aunque sigo sin ver a nadie, me percato del baile de taxis que se despliega sobre el asfalto. Todos ellos, blancos como la nieve que empieza a caer y con la luz verde encendida, parecen impedir que cualquier otro vehículo circule. De hecho, conforme voy subiendo hacía el Auditorio Nacional, veo los demás coches, huérfanos, como amontonados por una enorme escoba invisible contra las aceras. Se me ocurre que todavía no me he cruzado con nadie y que no me he fijado en si los taxis llevaban conductor.

El ambiente es tan extraño que por un momento me planteo la posibilidad de estar soñando, pero no. No es así, porque recuerdo que he salido de casa con la cabeza embotada y revuelta de pensamientos. He salido huyendo del silencio y ahora me encuentro rodeado de un vacío abrumador. En mi casa el silencio estaba encerrado entre paredes, pero aquí parece llenarlo todo: ni siquiera llueve, nieva. La nieve no hace ningún ruido, se posa silenciosa sobre todo y decide si se funde o se queda corpórea.

De las alcantarillas sube un vapor denso que asciende por entre los copos hasta deshilacharse y desaparecer. Ya no hay taxis fantasmas, que no recuerdo si hacían ruido. Mis pasos ya no resuenan porque estoy parado. Es un silencio físico e irreal que me oprime los pulmones. Camino sin saberlo de espaldas hasta chocar con la valla de un enorme edificio de oficinas. Me sobresalto y miro hacia arriba. La vasta pared de cristal se extiende a lo largo de toda la fachada principal, encuadrada en un pequeño marco de hormigón blanco. Toda la cristalera está oscura, no hay ni una sola luz y me parece caerme hacia ella.

Es como si hubieran enmarcado un pedazo de noche y lo hubiesen puesto perpendicular al suelo. El mundo parece torcerse en mis oídos vacíos y bajo los coches amontonados y abandonados. Ya no hay viento, sólo nieve, que poco a poco empieza a quedarse sobre los coches y las plantas, como si quisiera ahogarlas por si pudieran emitir alguna clase de sonido. Como la sutil almohada asesina de un telefilm vespertino.

Mi desorientación ha dejado de preocuparme porque estoy empezando a perder el sentido de la realidad. Entonces, unas palabras que parecen venir del vacío de cristales oscuros me devuelven al mundo real: “Oiga, joven. Dígame, ¿la ha encontrado ya?”.

Miro hacia abajo y, detrás de la valla, en pie sobre los cartones que lo guarecen del frío, hay un hombre anciano. Su rostro está surcado de profundas arrugas, pero sus ojos son de un azul intenso. Son ojos limpios. Sin pensarlo mucho y sin sentir ningún miedo ni inquietud, respondo: “No, supongo que no”. El hombre me mira y asiente con tristeza. No hace falta despedida. Él se da la vuelta y se vuelve sepultar entre mantas y cajas y yo sigo mi camino.

11 comentarios:

  1. Caminando por la nieve madrileña... los descampados de los veranos de aquellos ochenta-noventa la superan. Los dos momentos me han recordardo a mi en algún momento vivido por calles fundamentalmente riojanas...

    Lo del mendigo es real?

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  2. Muchas gracias. Me alegro de que te hayas sentido un poquito identificada. Lo del mendigo es real, sí. Esas mismas palabras con esa misma conversación.

    Besos.

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  3. seguro ke el mendigo no eras tu??

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  4. Una de las mejores cosas de la existencia es andar por Madrid con frío, ¿te lo he dicho más de una vez, verdad?
    Cada ves más, tu vida se torna novela.
    Valora tu riqueza y sigue escribiendo para calmar nuestra ansia cada martes.

    Un beso enorme, compañero.

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  5. Krystel: El mendigo todavía no soy yo.

    Violeta: Sí, soy un ser de existencia novelesca. Aunque supongo que es la forma más interesante de ver mi propia vida. Valoro la riqueza, de la que formas parte, y valoro cada palabra mía que lees.

    Un beso muy grande a las dos. Bueno, mejor dos.

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  6. ¡Hola! Así que no haces sólo risas, también eres un señor serio. Eso está bien. Me ha gustado, seguiré leyendo de a poquito tus historias.

    Por cierto, leo que es real la escena con el mendigo. Ojalá en mi vida hubiera sitio para momentos tan profundos; cuando se me acerca un mendigo a mí es para decirme que el cura de Orihuela es homosexual y tiene pelos en el culo. :(

    Salut!

    PD: A mí sí me ha gustado lo de "qué lejos está esta sal del mar". Ya está, ya lo he dicho.

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  7. Ey, Rosawn, qué alegría verte por estos lares trascendentales. Bueno, soy serio taciturno y un poquito deprimente, pero sólo a veces. En "La realidad..." también hay artículos de cachondeo. Pero, ciertamente, "Elexpresidiario" me viene genial para acordarme de las cosas que me hacen sonreír. Y vosotros también ayudáis.

    En cuanto a lo del mendigo, tienes que tener en cuenta que el mío es un mendigo metafísico y acorde al contexto. Real, aunque enigmático. El tuyo es un mendigo realista y sincero. Yo no trato mucho con curas, pero prefiero que sean homosexuales.

    Gracias por leerme y me alegro mucho de que te haya gustado. Si buscas un poco, los leerás mejores y más optimistas.

    Salut!

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  8. Bonita historia nacho.
    A mí también me ha hecho pensar en algunos paseos melancólicos al borde de la irrealidad , precisamante por esas mismas calles.
    Un abrazo
    Luis300

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  9. Qué bien verte por aquí, Luis.

    Me alegro de que te haya gustado y de compartir espacios y sensaciones contigo.

    Un abrazo y felices fiestas.

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  10. Qué ganas que tengo de darme un paseo así. He estado entre la nieve una larga temporada, como sabes.
    Espero que nos veamos pronto, Nacho.

    Marco

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  11. El paseo seguro que lo damos pronto. Y también seguro que no habrá nieve, así descansas.

    Un abrazo.

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