miércoles, 30 de marzo de 2011

Lo que nos hace darnos la vuelta.

Imagínense a media luz, ya de noche, en el salón de su casa. Tal vez con el resplandor amarillo de las farolas intentando atravesar las cortinas. No está la televisión encendida, tampoco la radio. Apenas hay ruidos y los objetos se difuminan entre las sombras. Si fuera posible, me gustaría que hubiese espacio a su espalda, no una pared. Y, también fuera del alcance de su visión, una puerta, el hueco de un pasillo, incluso un armario. Es decir, un hueco, una entrada, que no controlen. También necesitarán algo de sugestión y, para ello, lo mejor será algún miedo de la infancia. De cuando lo razonable era el absurdo, porque se veía el mundo tal cual es.

¿Cuánto tiempo tardarán en darse la vuelta? No es necesario que escuchen ningún ruido. Aunque durante la espera tendrán el oído tan agudizado que escucharán el más mínimo crujido. Yo no tardaría mucho. De acuerdo, soy miedoso. Pero no soy creyente, ni siquiera supersticioso. Y, aun así, no puedo evitar girarme. No puedo dejar de sentir una mirada en la nuca.

Eso no sería ningún problema si sólo se tratase de sugestión- pensaría antes de darme la vuelta. Pero entonces se me vendrían a la cabeza todas las veces que he acertado. Todas las ocasiones que en las que me sentí observado y, efectivamente, había alguien mirándome. Alguien físico, claro. Mis nervios irían en aumento y a mi mente racional poco le importarían ya los argumentos lógicos. “Si siento la mirada y no puedo ver nada, eso no significa que no haya alguien observándome”. Puro y duro autocondicionamiento.

Como sería consciente de ello, me pararía a pensar. Podrán suponer que el silencio ayuda, pero más bien distrae. Se me ocurre ahora que esta percepción no demostrada puede ser algún mecanismo de defensa transmitido desde el principio de la humanidad, cuando nos acechaban más peligros que ahora. Pero pensar en esa posibilidad implica creer en una percepción portentosa. Y sin embargo todos la hemos experimentado.

Podría decir que ha de ser la mezcla de muchos factores y con la ayuda de otros sentidos. Un olor, un ruido o cualquier otro estímulo que no percibimos conscientemente nos hacen girarnos y encontrarnos con unos ojos clavados en los nuestros. De hecho, también existe la posibilidad de que el pretendido acechador fuera ajeno a nuestra presencia y que sea nuestro propio movimiento el que lo obliga a fijarse en nosotros.

Caben miles de posibilidades para explicar el fenómeno. Quizás sea más aterrador girarse y encontrarse con una persona observándote en la oscuridad de tu casa, pero siempre será más inquietante tener la certeza de ser observado y no encontrar a nadie. Sin estímulo no hay explicación, más allá de la oscuridad, los ruidos y nuestro cerebro, siempre dispuesto a imaginar nuestros miedos más inconfesables. Supongo que no hay nada que nos haga darnos la vuelta, pero creo que seguiré mirando tras de mí. Aunque sólo sea por empirismo.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Vídeos de primera (o la nueva información).

Una vez creí en los políticos. Era pequeño e inocente, casi cándido diría yo. No esperaba tampoco mucho, simplemente que hicieran su trabajo. Tal vez, hasta hace bien poco, no me había preguntado cuál era el trabajo de un político. No es que lo haya descubierto, pero lo piense como lo piense, siempre aparecen dos palabras: “servicio” e “ideales”. Será por mi pasado cándido, pero el servicio a la sociedad y actuar conforme a unos ideales me siguen pareciendo dos buenos principios para definir la política. Claro, que eso debe de ser en alguna utopía que sólo funciona sobre el papel –como tantas-, siempre que no haya que ponerla en práctica. Siempre que no tenga nada que ver con la humanidad.
Siguiendo con la puesta en orden de mis conceptos políticos, “Dictador” es algo malo. Eso me enseñaron en casa, en el colegio, en el instituto… Luego, en la universidad aprendí que el dictador sólo es malo si se opone a las pretensiones de los países ricos. Si, por el contrario es más fácil negociar con él, el dictador se convierte en bueno. Por aquel entonces, mientras estudiaba periodismo, me rebelaba contra este mundo imperialista y pensaba en la información como el instrumento para luchar contra las injusticias –así, en general-. De acuerdo, era casi más cándido que cuando creía en los políticos.
De nada sirve la información. No creo en wikileaks ni en los medios habituales. Y no porque no confíe en el buen hacer de los compañeros de profesión. Admiro su vocación y su entrega y admiro sobre todo a quienes siguen pensando como yo pensé. Es la única manera de cambiar el mundo. Es sólo que la información es un negocio como otro cualquiera –por mucho que se negocie con un derecho fundamental- y obedece a intereses empresariales y políticos. Es más, la información llegará a ser el arma más poderosa, la única capaz de funcionar a nivel internacional con la inmediatez de un “clic”.
Cuando se identifique a un medio como tendencioso, se creará otro bajo la sombra de una nueva organización. Cuando esa organización se descubra, se comprará otro medio para cambiar progresivamente la línea editorial. Y, cuando nada de eso funcione, funcionará wikileaks, que es aun más peligroso. Funcionarán los twitters, funcionará You Tube. Se disfrazará la información de amateur. Se dirá que las imágenes llegan de la gente que las graba y las sube a la red, como si eso fuera garantía de veracidad. Se apelará al realismo, se ocultarán los intereses bajo la apariencia de lo verdadero. Se confundirá lo real con la verdad y el juego será el mismo. Si acaso, más efectivo, por efectista, y más peligroso. Porque es más fácil empatizar con un ciudadano anónimo que con un medio, al que se presupone una orientación y unos intereses determinados.
Y es que últimamente se tiende a la información en bruto. Es más sencillo comerciar con ella. No requiere la elaboración de un profesional, resulta más creíble y, además, parece libre de ideologías y sucios intereses políticos o económicos. En las recientes revueltas árabes, los políticos juegan con ese tipo de información. Saben de su fuerza y de su utilidad. Ya no necesitan comprar ningún medio de información, eso es muy caro y, a veces, encuentras a personas que no se dejan comprar. Ahora pueden fabricarla ellos mismos con un móvil y un ordenador con acceso a internet. Y encima parecerá que llega del pueblo, cuando en realidad llega de quien quiere gobernarlo.
De ahora en adelante, no sólo tendremos que valorar la objetividad de un medio, sino que nos veremos en la disyuntiva de decidir qué información en bruto es cierta y cuál pertenece a un determinado movimiento. Eso es casi imposible. Es cierto que internet es un pilar de la libertad de expresión y del derecho a la información, pero los que tratan de eliminar esos derechos son los primeros en utilizarlos. Todo lo que nos llega entre pixeles y sonidos estridentes parece la realidad. Y eso es algo que sólo la ficción ha conseguido. Da qué pensar.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Realidad irreal.

Lo de Japón ha sido terrible e impresionante a partes iguales. Por más que hayamos visto toda suerte de tsunamis gracias a los efectos especiales del cine, nada se parece a la realidad como ella misma. Quizás precisamente por eso; porque sabemos que es real. O, a lo mejor, porque parece más ficticio que la propia ficción. Juegos de palabras aparte, existe algo que encoge el alma, algo que nos une sin remedio al enfrentarnos con las grabaciones de la tragedia. No podemos evitar pensar que eso ha ocurrido en nuestro mismo planeta, a personas como nosotros.

Por más que lo veamos en una pantalla, las personas actúan demasiado mal como para ser actores. Y las imágenes son demasiado increíbles como para ser falsas. Esa es la primera impresión. Después, se retira la ola y queda lo que deja y de la manera en que lo deja. El mar amontona las casas, las estruja unas contra otras y se olvida de poner calles. Los barcos navegan, inmóviles, sobre tejados en plena marejada surrealista. Nada casa, nada concuerda con lo razonable. Y, qué demonios, en una situación así lo más razonable es perder la razón. Pero, una vez más, la naturaleza es imprevisible y resulta que las personas que lo han perdido todo y a todos se comportan con un orden desconcertante.

Se los ve tan enteros, tan dueños de sí mismos y tan mesurados con su desastre. Parecen haber asumido la catástrofe como un trámite burocrático, algo molesto pero inevitable. Y, de acuerdo, inevitable es y de nada serviría llorar. Pero es lo que haríamos cualquiera de nosotros, al menos al principio. Porque es lo que te pide el cuerpo -y la cabeza-.

En nuestro país saldrían esas señoras que gritan tanto en todos los funerales que salen por la tele –son arquetípicas-. Y, aunque no todos seamos así, la mayoría lloraríamos y nos hundiríamos. Caeríamos presa del pánico y saquearíamos los comercios, unos para aprovisionarse y otros, sencillamente, para robar y luego traficar con las carencias ajenas. Da bastante vergüenza, pero puedo entenderlo. Es el instinto humano, que se deja llevar por el miedo, la rabia y la desesperanza. Excepto en Japón. Esto, hoy por hoy, me impresiona mucho más que cualquier ola gigante.

Me impresiona porque veo una especie de mentalidad colectiva que es ajena a nuestra manera de entender la vida y de enfrentarnos a la muerte. Se trata de un orden interno que los lleva a guardar el turno durante horas para comprar, por ejemplo, frutas. Y si se acaban, pues se van a otra cola y a esperar pacientemente. No veo pisotones ni tirones de pelo, que serían la norma en nuestro país. No veo, tampoco, humanidad tal y como yo la entiendo. Será cuestión de educación. Será que nosotros entendemos la educación como algo de lo que te eximen las circunstancias y ellos la entienden como la única manera de comportarse bajo cualquier circunstancia.

Probablemente este rasgo que me resulta tan ajeno sea lo que les saque del bache. Se aferrarán a su organización incondicional para reconstruir una de las principales potencias mundiales. Por eso lo son. Cada uno sabe lo que tiene que hacer y lo respeta, de la misma manera que respeta a los demás. Nadie parece creerse en posesión de mayores derechos que el vecino, por eso trabajarán por los derechos comunes, en lugar de hacerlo por los intereses particulares. Sólo hay que pensar en Haití, en los llantos, en los saqueos, en las violaciones, en los asesinatos y en la desesperada petición de ayuda internacional. El día y la noche.

Tal vez nos resulte antinatural. Seguramente nos sorprenda la entereza y la tomemos por frialdad. Pero no lo creo así. Porque, más bien, parece un concepto particular del respeto y de la educación que les controla los desmanes. Una certeza callada según la cual el dolor de cada uno es el dolor de todos, sin necesidad de aspavientos. Prefiero pensar que es pura empatía, pese a que se manifieste como una extraña indolencia. Me quedo más tranquilo, aunque me sigue causando cierto desasosiego.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Periodismo de rapiña.

Telecinco lo ha vuelto a hacer. Han caído tan bajo que apenas deben ver nada. A lo mejor eso es lo que les pasa, que están ciegos. Ciegos de curvas de audiencia, de dinero y de masas ávidas de miserias. Entonces, en mitad de todo, la oportunidad perfecta: el juicio mediático de un pederasta que mata a una niña, una trama de asesinato familiar y una mujer deficiente mental. ¿Quién da más?

Si el caso de por sí es sórdido, imagínense hasta dónde puede llegar la cadena amiga. Ana Rosa llevaba tiempo dándole vueltas al tema y el juicio le valió para avivar el fuego. Muchos ya no se acordaban del padre de Mariluz Cortés, de sus reivindicaciones –justas-, de su correcta oratoria y de sus escarceos políticos. Sin embargo, un colaborador de la polifacética presentadora, Nacho Abad, se erigió como justiciero en ciernes.

A mi tocayo le daba igual que el caso se hubiera instruido y que el juicio estuviera a punto de empezar. Él no se iba a dejar influir por la justicia ordinaria, no, eso es cosa de mortales. Resulta que hay una nueva justicia aun por encima de la divina; la justicia mediática. Y claro, los presuntos periodistas, son juez, parte y verdugo. Se divierten –qué le vamos a hacer-; se entretienen removiendo mierda. Les gusta el olor y, pensándolo bien, les da de comer. Ellos verán.

Lo primero que hicieron los secuaces de Ana Rosa fue fijar su objetivo. Optaron por el más débil, la mujer del acusado. Después se dedicaron a llamarla por teléfono sin descanso para engañarla con sus “astutas” trampas lingüísticas. Se les veía en la cara que disfrutaban planeando sus argucias. Pensaban: “Voy a decir esto aquí y la haré caer en una contradicción. Dios mío, que listo soy”. Daba igual que alguien les recriminara: “Pero, hombre, que estás engañando a una mujer con la mitad de tu coeficiente intelectual”. Tampoco importaba que ella sola, sin que nadie le preguntase, se contradijera una y otra vez en sus declaraciones ante la policía. Cuando lograban pillarla en un error, el triunfo brillaba en sus ojos. Lo habían conseguido, por fin habían demostrado ser más inteligentes que una persona con deficiencia mental. No está mal, no me extraña que dudasen.

A medida que el juicio avanzaba, consideraron necesario extender sus tentáculos en forma de buitres con micrófono. Los reporteros consumidores de carroña son un invento de Telecinco y los tienen bien amaestrados, mejor que a palomas mensajeras. Hace unos días, El Mundo hizo públicas unas imágenes no emitidas por la cadena. En ellas podíamos ver a la perseguida, desorientada, sentada en el suelo de un parque. Acababa de salir del juzgado, escoltada por una reportera de tirante coleta que apenas la dejaba respirar. La cogía de la mano, la consolaba y la embaucaba para que dijera lo que tenía que decir.

La entrevistada se encontraba en un estado de ánimo muy alterado. Entre sollozos, pidió a la reportera que no la grabasen más, que apagasen la cámara. La periodista le hablaba con suavidad, mientras se volvía hacia el cámara. “No grabes más”, dijo en voz alta. Y luego añadió con los labios: “Grábalo todo”. Por fin, ya en directo, cambió su declaración oficial y acusó a quien todo el mundo sabía. Su marido mató a la niña, eso dijo. Y, nada más pronunciar esas palabras, supongo que Nacho Abad tuvo un orgasmo de magnas proporciones. Entretanto, Ana Rosa le hablaba con condescendencia –como a todo el mundo, vaya-. Parecía que intentaba calmar a la mujer, pero en realidad saboreaba cada lágrima derramada.

Qué asco.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Dictaduras de ayer y hoy.

Todo el mundo lo tenía muy claro. Yo era escéptico, no supe calibrar el alcance que tendrían las revueltas en los países árabes. Pensé en los gobiernos autoritarios, eminentemente militares, e imaginé al ejército reprimiendo cualquier intento de rebelión. Sin embargo, no fue así, y no pude evitar establecer un paralelismo entre nuestra cercana dictadura y estas otras. La cuestión me planteaba dudas y me creaba ciertos dilemas morales de los cuáles aún no he salido por completo. Si me lo permiten, los compartiré con ustedes.

¿Qué falló en nuestro caso? ¿Por qué duró cuarenta años? ¿Por qué Franco murió confortado por los santos sacramentos y fue velado por media España? Desde luego el tema alcanza una dimensión que se me queda grande. Sobre todo, desde un punto de vista analítico e histórico. No obstante, no me parece fuera de lugar escribir una pequeña reflexión que, si bien no alcanzará respuestas, puede plantear preguntas a quienes sepan contestarlas.

Sería injusto juzgar al pueblo español por su inacción ante el gobierno dictatorial. Es más, muchos ya dieron su vida luchando por la democracia contra el bando fascista. Lo curioso del asunto es que la mayoría de intentos por terminar con la vida de Franco se llevaron a cabo durante los primeros años de la Guerra Civil. De hecho, algunos como el conocido “complot de los cabos” tuvo lugar en 1936. Y poco más se puede contar hasta el atentado planeado por ETA en 1962, o el de los anarquistas de Defensa Interior un año después.

En cualquier caso, no deberíamos hablar de atentados, ya que son actos llevados a cabo por una organización limitada. Las manifestaciones contra Franco, en cambio, tuvieron lugar en el entorno estudiantil de finales de los sesenta y principios de los setenta, pero no consiguieron otra cosa que bajas entre los universitarios y poca repercusión internacional. Quizás sea este factor global el que marque la diferencia.

Desde el principio de la Guerra Civil, España fue abandonada a su suerte. Las fuerzas internacionales estaban compuestas por las brigadas de voluntarios que lucharon junto a los republicanos. Mientras estos ciudadanos estadounidenses, ingleses y franceses se dejaban la vida por unos ideales muy defendidos en sus países, sus gobiernos miraban hacia otro lado. Y esta fue la actitud generalizada, que cobró fuerza cuando Franco renegó de sus encuentros en Hendaya , con Hitler, y en Bordighera, con Mussolini. Entonces, las relaciones con los demás países fueron fluidas y España recuperó a la gran mayoría de los embajadores extranjeros. En 1955 nuestro país entraba en la ONU y se dejaba de lado la llamada cuestión española, promovida por Winston Churchill para aislar y desgastar al régimen dictatorial. Desde ese momento, España fue una dictadura bajo el auspicio de Naciones Unidas.

En este caso sí encuentro ciertos paralelismos con los países que ahora intentan liberarse de sus gobiernos autoritarios. Egipto es miembro de la ONU desde 1945; Túnez desde 1956 y Bahrein desde 1971. Libia, como suele ocurrir con Gadafi, va por libre. Todos ellos son países que, al igual que España en su momento, firmaron el cumplimiento de la Declaración Universal de Derechos Humanos para saltársela sin ningún tipo de sanción. Ciertamente, las relaciones internacionales y la diplomacia son cuanto menos vergonzosas.

Sólo se actúa por interés. España entró en la ONU cuando el bloque occidental lo vio como un aliado más contra la URSS. No importaron las quejas de Israel –y eso ya es raro- porque Franco fuera un reconocido antisemita –véanse sus famosos complots judeo-masónicos-. Tampoco tuvieron repercusión las reticencias de México, un país especialmente solidario con las autoridades republicanas tras la guerra. (No hay que olvidar que el gobierno republicano en el exilio se estableció en México en 1940 y era el único reconocido como legítimo por el país centroamericano). Todo dio igual, porque a Estados Unidos le interesaba.

Ya conocemos la premisa estadounidense con respecto a las dictaduras: “Son buenas si nos convienen”. Y así han seguido, favoreciéndolas, apoyándolas e incluso creándolas si lo consideran necesario. Luego, cuando dejan de servir a sus propósitos, se las demoniza y, en nombre de la democracia y de la justicia internacional, se las derroca. Así, Ronald Reagan vendió armas a Irak durante la guerra contra Irán, saltándose su propio bloqueo y los talibanes lucharon con armas norteamericanas contra la URSS. Si no fuera tan grave y tan triste, semejante cinismo provocaría carcajadas.

Seguramente, España no tenía nada que ofrecer. No había petróleo en La Mancha, qué le vamos a hacer. Porque eso es, al final, lo que cuenta a nivel internacional: el dinero que unos y otros puedan obtener. Además, el contexto comunicativo y globalizador de hoy en día supone una clara ventaja frente a nuestras pasadas revueltas. La posibilidad de comunicarse rápida y multitudinariamente facilita la creación de un movimiento organizado y potente.

Por otro lado, en la mayoría de los países árabes los bandos son religiosos. Los problemas surgen entre chiíes y suníes. En España la cosa andaba todavía entre fachas y rojos. La religión directamente era un aparato más al servicio del régimen franquista; un elemento adoctrinador que controlaba el sistema educativo y tenía un peso político definitivo. Allí ocurre que, en muchos casos, como el de Bahrein, los dirigentes suníes –de talante religioso moderado- convienen a Occidente. Ni más ni menos. Sadam era suní e Irak un país laico. Sin embargo, al igual que en Bahrein, la mayoría de la población era chií y no podía tardar mucho tiempo en reclamar su autoridad.

Otra cosa muy distinta es el riesgo que entraña para Occidente el cambio de poder. Es cierto que a nuestro hemisferio no le favorecen los gobiernos chiíes, pues su visión del Islam es más restrictiva y cuentan con no pocos integrantes extremistas. No entro a valorar el cariz machista, las condenas desproporcionadas y el terrorismo afecto a esta rama del Islam. Sólo digo que las relaciones se complicarían y, con ellas, los negocios. Y eso no conviene.

Llegados a este punto, sólo puedo resolver que la comunidad internacional es un enorme escenario de hipocresía, intereses ocultos y falsas alianzas. Que nadie espere ayuda si no puede pagarla.