miércoles, 2 de marzo de 2011

Dictaduras de ayer y hoy.

Todo el mundo lo tenía muy claro. Yo era escéptico, no supe calibrar el alcance que tendrían las revueltas en los países árabes. Pensé en los gobiernos autoritarios, eminentemente militares, e imaginé al ejército reprimiendo cualquier intento de rebelión. Sin embargo, no fue así, y no pude evitar establecer un paralelismo entre nuestra cercana dictadura y estas otras. La cuestión me planteaba dudas y me creaba ciertos dilemas morales de los cuáles aún no he salido por completo. Si me lo permiten, los compartiré con ustedes.

¿Qué falló en nuestro caso? ¿Por qué duró cuarenta años? ¿Por qué Franco murió confortado por los santos sacramentos y fue velado por media España? Desde luego el tema alcanza una dimensión que se me queda grande. Sobre todo, desde un punto de vista analítico e histórico. No obstante, no me parece fuera de lugar escribir una pequeña reflexión que, si bien no alcanzará respuestas, puede plantear preguntas a quienes sepan contestarlas.

Sería injusto juzgar al pueblo español por su inacción ante el gobierno dictatorial. Es más, muchos ya dieron su vida luchando por la democracia contra el bando fascista. Lo curioso del asunto es que la mayoría de intentos por terminar con la vida de Franco se llevaron a cabo durante los primeros años de la Guerra Civil. De hecho, algunos como el conocido “complot de los cabos” tuvo lugar en 1936. Y poco más se puede contar hasta el atentado planeado por ETA en 1962, o el de los anarquistas de Defensa Interior un año después.

En cualquier caso, no deberíamos hablar de atentados, ya que son actos llevados a cabo por una organización limitada. Las manifestaciones contra Franco, en cambio, tuvieron lugar en el entorno estudiantil de finales de los sesenta y principios de los setenta, pero no consiguieron otra cosa que bajas entre los universitarios y poca repercusión internacional. Quizás sea este factor global el que marque la diferencia.

Desde el principio de la Guerra Civil, España fue abandonada a su suerte. Las fuerzas internacionales estaban compuestas por las brigadas de voluntarios que lucharon junto a los republicanos. Mientras estos ciudadanos estadounidenses, ingleses y franceses se dejaban la vida por unos ideales muy defendidos en sus países, sus gobiernos miraban hacia otro lado. Y esta fue la actitud generalizada, que cobró fuerza cuando Franco renegó de sus encuentros en Hendaya , con Hitler, y en Bordighera, con Mussolini. Entonces, las relaciones con los demás países fueron fluidas y España recuperó a la gran mayoría de los embajadores extranjeros. En 1955 nuestro país entraba en la ONU y se dejaba de lado la llamada cuestión española, promovida por Winston Churchill para aislar y desgastar al régimen dictatorial. Desde ese momento, España fue una dictadura bajo el auspicio de Naciones Unidas.

En este caso sí encuentro ciertos paralelismos con los países que ahora intentan liberarse de sus gobiernos autoritarios. Egipto es miembro de la ONU desde 1945; Túnez desde 1956 y Bahrein desde 1971. Libia, como suele ocurrir con Gadafi, va por libre. Todos ellos son países que, al igual que España en su momento, firmaron el cumplimiento de la Declaración Universal de Derechos Humanos para saltársela sin ningún tipo de sanción. Ciertamente, las relaciones internacionales y la diplomacia son cuanto menos vergonzosas.

Sólo se actúa por interés. España entró en la ONU cuando el bloque occidental lo vio como un aliado más contra la URSS. No importaron las quejas de Israel –y eso ya es raro- porque Franco fuera un reconocido antisemita –véanse sus famosos complots judeo-masónicos-. Tampoco tuvieron repercusión las reticencias de México, un país especialmente solidario con las autoridades republicanas tras la guerra. (No hay que olvidar que el gobierno republicano en el exilio se estableció en México en 1940 y era el único reconocido como legítimo por el país centroamericano). Todo dio igual, porque a Estados Unidos le interesaba.

Ya conocemos la premisa estadounidense con respecto a las dictaduras: “Son buenas si nos convienen”. Y así han seguido, favoreciéndolas, apoyándolas e incluso creándolas si lo consideran necesario. Luego, cuando dejan de servir a sus propósitos, se las demoniza y, en nombre de la democracia y de la justicia internacional, se las derroca. Así, Ronald Reagan vendió armas a Irak durante la guerra contra Irán, saltándose su propio bloqueo y los talibanes lucharon con armas norteamericanas contra la URSS. Si no fuera tan grave y tan triste, semejante cinismo provocaría carcajadas.

Seguramente, España no tenía nada que ofrecer. No había petróleo en La Mancha, qué le vamos a hacer. Porque eso es, al final, lo que cuenta a nivel internacional: el dinero que unos y otros puedan obtener. Además, el contexto comunicativo y globalizador de hoy en día supone una clara ventaja frente a nuestras pasadas revueltas. La posibilidad de comunicarse rápida y multitudinariamente facilita la creación de un movimiento organizado y potente.

Por otro lado, en la mayoría de los países árabes los bandos son religiosos. Los problemas surgen entre chiíes y suníes. En España la cosa andaba todavía entre fachas y rojos. La religión directamente era un aparato más al servicio del régimen franquista; un elemento adoctrinador que controlaba el sistema educativo y tenía un peso político definitivo. Allí ocurre que, en muchos casos, como el de Bahrein, los dirigentes suníes –de talante religioso moderado- convienen a Occidente. Ni más ni menos. Sadam era suní e Irak un país laico. Sin embargo, al igual que en Bahrein, la mayoría de la población era chií y no podía tardar mucho tiempo en reclamar su autoridad.

Otra cosa muy distinta es el riesgo que entraña para Occidente el cambio de poder. Es cierto que a nuestro hemisferio no le favorecen los gobiernos chiíes, pues su visión del Islam es más restrictiva y cuentan con no pocos integrantes extremistas. No entro a valorar el cariz machista, las condenas desproporcionadas y el terrorismo afecto a esta rama del Islam. Sólo digo que las relaciones se complicarían y, con ellas, los negocios. Y eso no conviene.

Llegados a este punto, sólo puedo resolver que la comunidad internacional es un enorme escenario de hipocresía, intereses ocultos y falsas alianzas. Que nadie espere ayuda si no puede pagarla.

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