martes, 5 de enero de 2010

Realidad acompasada.

Me enfrento al folio con la firme indecisión del que controla una mentira. Sabedor de que sólo manejo esta realidad paralela con soltura, mientras que la otra fluye ajena e independiente. Supongo que será también cuestión de pulsar las teclas adecuadas, pero no me sirven las reglas que aprendí. Por eso, cuando escribo ficción, escribo ensayos. Sé que no es la acepción correcta del término porque no son tratados, ni divagaciones académicas, ni etcéteras intelectuales varios. No, no lo son.

Son ensayos en el sentido estricto de la palabra. Son la última gran prueba antes de la función definitiva. Antes de poder quitarme el papel de la cara y que ella esté ahí sin tener que imaginármela. Así paso las páginas, calculando las palabras, las reacciones, las variables de sus gestos. Después, simplemente dejo que la historia siga su curso y me ayude a pasar de la realidad literaria a la realidad a tientas.

En esos ensayos puedo fracasar, pero me evito la puesta en práctica sin paracaídas. No hay consecuencias ni riesgos, pero tampoco ilusión real ni satisfacciones sinceras. (Sí, mientras se escribe. No, mientras se lee). Los sentimientos se desperdician al derramarse sobre el papel –quizá se derramen porque han colmado lo asumible- y luego se recogen, se comparten y se desvirtúan. Se interpretan y se convierten en sentimientos escritos. En sentimientos ociosos y sin un propósito cierto.

Por eso, mientras me recuesto en el sofá, con el portátil sobre las rodillas y un sol anaranjado incendiando el horizonte, se me ocurre qué tal vez ella se recueste sobre mí. Y, tal vez, mire estas palabras surgiendo en la pantalla, escribiéndose a la vez que se leen, pasando página cuando el propio transcurrir lo pide. Sí, se me ocurre que algún día se mezclen las dos realidades y que, durante las breves pausas en las que dudo entre una u otra palabra, baje la mirada y vea el brillo de su cabello rojizo por el ocaso. Al ver que he parado de escribir, es posible que gire la cabeza hacia mí y me mire buscando una respuesta. Puede incluso que compartamos el deseo de que todas estas letras sigan emergiendo como si estuviesen ya escritas antes de que el cursor las descubra.

Para entonces, para cuando eso pase, yo ya sabré cómo comportarme, porque lo habré ensayado una y otra vez. En mi imaginación y por escrito, con el cálculo cálido del que razona con los sentimientos. Y, para entonces, para cuando eso pase, yo ya habré visto muchos atardeceres en su compañía sin estar acompañado. Habré recogido todas las miradas que me deja entrever y sabré interpretarlas de forma que las letras y la realidad se acompasen como nuestros latidos.

Entretanto, seguiré ensayando, si me lo permiten. Les será fácil adivinar cuándo se desvele este telón de párrafos porque seguiré escribiendo de lo mismo, pero con la amargura olvidada y sin los titubeos de los ensayos. Con la seguridad de estar en la escena y sabiendo que puedo improvisar porque su mirada curiosa va del teclado a las letras -como cuando mira mis manos al tocar la guitarra, buscando las conexiones que yo creo haber encontrado-. Y, quizá, sugiriéndome alguna palabra cuando no sepa encontrarla.

Entonces y sólo entonces esa palabra sugerida será lo mejor del texto. Pues ahora sólo puedo ensayarlas, imaginar que las leo de sus labios. Pero entonces y sólo entonces mis manos las copiarán del aire, que no andará tan vacío como ahora. Porque, cuando las realidades se acompasen, escribir dejará de ser la única forma de vivir y vivir será la única forma de escribir.

3 comentarios:

  1. Como siempre, me encantan tus finales, a ver si consigues tu happy end o happy start y nos escribes cosas más alegres y/o divertidas.
    Crisssss

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  2. Seguro que sí. La felicidad siempre está a la vuelta de la esquina, de esta, de la siguiente... Ya veremos.

    Besos.

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  3. No me he enterado de nada, pero de nada nada....

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