miércoles, 8 de septiembre de 2010

No saber empezar.

Hace un par de años empecé a escribir una historia que se prolongó más de lo esperado. Yo no tenía puesta ninguna esperanza en ella. Quizás el único deseo era fabricarme un universo a medida para vivir lo que la realidad no me permitía. Pues bien, cumplió ese objetivo hasta tal punto de mezclarse con mi vida y cambiarla por completo. Esa historia, cuyo título cambié, comenzó con el nombre de No saber empezar.

Si lo miro desde una perspectiva actual y le busco las vueltas, le encuentro mucha lógica en lo que a mi persona se refiere, pero no en lo que concierne a la historia en sí misma. Porque no había una duda al empezarla, ni unas expectativas. Simplemente puse los dedos sobre el teclado y vi que salía sólo. Y que me gustaba ese rato de olvido. Me gustaba ese cambio de vida. Seguramente porque cometí el error de personalizarme en la ficción. Y ese error fue un gran acierto.

Cuando la terminé, otro título la encabezaba, pero gracias a ella aprendí que debía empezar algo, que ya tenía las claves para dar el giro que me dejó dónde ahora estoy –ya pasó el mareo-. El problema viene ahora en la ficción. No sé si aquello fue inspiración. Sólo creo en la inspiración a medias, a medias con la constancia, la técnica y la ilusión. El caso es que me ronda una idea y me gotean las letras por entre los dedos. Sin embargo, ahora no sé muy bien cómo empezar.

Tampoco tengo muy claro qué es lo que hace que se te ocurra una historia, qué mecanismo mágico de la cabeza hace “clic” y te regala un mundo aparte que cabe en la palma de una mano. La idea surgió y está llena de matices. Eso asusta. La anterior no surgió, sino que fue brotando. Entonces yo no sabía nada, sólo tenía que dejarme arrastrar. Ahora lo sé todo y siempre he sido muy desordenado.

Así las cosas, asumiendo mi poca capacidad organizativa, pienso que el problema de no saber empezar viene del conocimiento del final, del encorsetamiento del destino fabricado por uno mismo. Por eso, si Dios existiera, ya se habría muerto de aburrimiento o de frustración. No sé si para un escritor –yo no lo soy- está bien saber el final. No sé hasta qué punto puede disfrutar del proceso, de la vida de los personajes, si sabe cómo acabará todo. Nadie quiere que le cuenten el final, a no ser que no le interese realmente la historia.

Soy de la opinión de que la literatura debe fluir. También sé que eso complica en gran medida el desarrollo argumental y que da lugar a libros muy extraños, con cambios de ritmo, con cabos sueltos. Es lo que yo entiendo por libros vivos. Porque se asemejan al propio devenir. ¿Qué sentido tendría vivir la vida si conociéramos todo nuestro recorrido? Si no vivo lo que escribo, ¿qué sentido tiene escribirlo? Sería un dictado de un esquema argumental. Y eso se me antoja un ejercicio de técnica, no un proceso creativo. Prefiero disfrutar del camino antes que ponerlo al servicio de la meta.

2 comentarios:

  1. claaaaroo y ahora escribes estoy y nos dejas sin saber la idea jajaj
    Crisss

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  2. Cris, se ve que uso el mismo suspense que Woody en su última peli... No contar nada. De todas formas, sí tengo planeado contarlo, pero en largo. Gracias por seguir siempre por aquí.

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