miércoles, 20 de octubre de 2010

El Cairo. (Parte I).

Nunca he escrito ningún artículo de viajes. Tampoco he leído los ajenos. Tal vez sea porque, hasta hace unos meses, mis viajes eran en vespa y no daban para tanto, o quizás sea porque ahora me gusta viajar un poco más allá de lo visto una y otra vez. No tienen, por tanto, pretensión alguna estas líneas. En cambio, sí nacen de la necesidad de contar lo extraño, una necesidad que seguramente comparto con todos los que han salido de su casa alguna vez en su vida. Y no me vale con dar la lata a amigos y familiares, sino que pongo el tostón a disposición de todos ustedes.

Antes de empezar, una aclaración: es posible que me guste viajar, pero odio los aeropuertos. Ahora ya podemos empezar con un relato que no tiene nada de espacio temporal y sí mucho de sensacional, no por mi innegable genio, sino porque son las sensaciones lo que queda al llegar a casa –por muchos souvenirs que uno haya comprado-.

La cosa es así: estuve en Egipto, pero sobre todo estuve en El Cairo. Lo primero lo guardo en la memoria como una sucesión de templos que casi se solapan los unos con los otros. La mayoría parecían hormigueros a escala divina, con cientos de turistas colapsando los estrechos corredores y las amplias estancias –el ser humano en colectividad resulta ser una corriente fluida y adaptativa en la que da asco ahogarse, pero de indudable efectividad-. Lo segundo ya es otra historia.

No pretendo menospreciar en absoluto todo el patrimonio arqueológico y artístico que he metido en el primer saco. Es más, creo que la diferencia estriba –las diferencias son así, siempre estribando- en lo distinto que es descubrir algo a que te lo enseñen. Por supuesto se trataba de un viaje organizado y hay que decir que tuvimos una suerte increíble con el guía asignado. Resultó ser una persona joven, culta, de modales delicados y con una pasión por su país que le chispeaba en los ojos. Eso ayuda. Sin embargo, el propio carácter organizado nos da un tinte de rebaño –a veces piara, según los grupos- en el transcurrir del itinerario, de manera que uno puede llegar a sentirse en una suerte de trashumancia desértica.

A veces apareces en los templos sin saber muy bien de dónde vienes y adónde vas. Supongo que eso pasa en la mayoría de templos y, como en esa mayoría, aquí tampoco hay respuestas. Pero sí en El Cairo. Si ejerciera como periodista, diría que es una ciudad de contrastes, pues no es del todo mentira y se adecua al Diccionario Periodístico de Frases Hechas. Pero me quedaría corto, porque cualquier ciudad es una ciudad de contrastes y esta lo es más. Por ello prefiero decir que El Cairo es una ciudad de una belleza horrible. Un fascinante caos que funciona.

Por fin veo a más personas que turistas –a veces conviene diferenciar entre persona y turista-. Salimos del tranquilo transcurrir del Nilo, de ciudades más pequeñas como Luxor o Edfú para llegar a una urbe de veinte millones de habitantes. Por un lado existe una continuidad estética en el extrarradio con respecto a otras ciudades. El aspecto es miserable. El urbanismo consiste en un salteado de viviendas unifamiliares de pisos que nunca se terminan. En su lugar, se coronan por un forjado de hormigón y por los pilares desnudos, con las varillas de acero apuntando hacia un cielo blanquecino. Uno de los chicos de la agencia nos explicó que no se pagan todos los impuestos hasta haber finalizado la casa por completo. Estos edificios se sitúan como al dueño le venga en gana, lo que da lugar a unas calles que nunca continúan más de dos o tres manzanas.

Después vienen los famosos contrastes. En la carretera que une el aeropuerto con la ciudad están las mansiones de la clase política, que suelen ser de un gusto espantoso, resultado de aunar la sobriedad soviética con la exuberancia árabe. A medida que se avanza hacia el centro de la ciudad, se empieza a comprender el emplazamiento de los domicilios de los políticos. Están en la carretera del aeropuerto sencillamente para huir cuando todo se colapse o cuando la población se harte de vivir en las condiciones en las que viven.

El centro de El Cairo es un prodigio de tráfico, ruido, gente y suciedad. Me encantó, una vez superado el susto inicial. Y es que asusta, por lo menos a los ojos de un occidentalito mimado como yo. Los semáforos no funcionan, están apagados. Las señales de tráfico tienen la misma autoridad que un árbol. Y la gente cruza por donde quiere y los coches se meten por donde pueden y en los autobuses se cuelga gente de las ventanillas y les prometo que caben cuatro personas en una moto. Luego supe que no se utilizan los intermitentes y entendí el estruendo generalizado que satura el aire. Resulta que un golpe de claxon significa girar a la izquierda y dos girar a la derecha. Lo que se ahorran en bombillas.

(Continúa...)

6 comentarios:

  1. Vamos que si eres sordo no conduzcas jaajj y cómo hacen para discernir tanto claxon a la vez, si es para ellos o no? Será algo innato, supongo jej

    Crisss

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  2. No en vano, el índice de accidentes de tráfico es elevadísimo en El Cairo. Aún así, no me negarás que la ciudad tiene su punto y que los cairotas son gente deliciosa.

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  3. Cris, la verdad es que se enteraban bastante bien, sino se jugaban el coche. Supongo que la premisa es "si pitan cerca, apártate hacia el hueco que quede libre".

    Irene, pues por muy elevado que sea, todavía me parece bajo. Y, sí, mi experiencia con la gente del Cairo fue inmejorable. Ya contaré más.

    Saludos.

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  4. Qué bien Nacho. Me alegro de que escribas sobre tu viaje. Dejas perlas como lo de la trashumancia desértica. Nunca lo olvidaré.
    Espero la segunda parte!

    Un abrazo,

    marco

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  5. Si no hubiera estado allí no lo creería.
    Puede parecer exagerado, porque es lo que viene contando todo el mundo que va y ya sabemos que "de lo que te digan no te creas una mitad y la otra ponla en duda". Que si el caos del tráfico, que si los bolis se cambian por collares, que si un cementerio lleva habitado por vivos desde hace más de cuarenta años...
    Pero resulta que en El Cairo todo es díficil de creer y aún así, es cierto.
    Y por eso volveremos, porque nos gusta comprobar empíricamente lo que parece cuestión de fe ;)

    Sigue escribiendo.

    Te quiero.

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  6. Marco, me alegro de que te guste. Espero que el siguiente también. Nos vemos pronto.

    Mayte. Yo, contigo, voy al fin del mundo las veces que haga falta. Besos.

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