miércoles, 12 de enero de 2011

La damisela en apuros.

Hace unos días escuché en la radio que se hablaba sobre el mito de “la damisela en apuros”. Por un lado me quedé más tranquilo y, por otro, seguí igual de inquieto que hasta entonces. El encuentro de sentimientos viene porque era una de mis fantasías infantiles más recurrentes y, hasta la fecha, me avergonzaba de mi sadismo en secreto. Daba igual de qué tratase el juego o cuál fuera la niña que me gustase en ese momento. Mi único interés parecía ser salvarla de alguna desgracia terrible.

Hay que decir que por aquel entonces yo contaba con siete u ocho años. Todavía jugaba con cochecitos. Y el juego solía consistir en que secuestraban a una pobre y atractiva desdichada y, tras una trepidante persecución por la alfombra, conseguía sacar el coche de la carretera y rescatar a mi amada. El planteamiento me sigue resultando bastante preocupante, pero si continúo pensando la cosa se complica.

Lo anterior era sólo un juego, de acuerdo. Sin embargo, las desgraciadas protagonistas pasaron a ser compañeras de clase hacia las que me sentía atraído. En la espera de que me llegase el sueño, imaginaba autobuses volcados al borde de un precipicio infinito. Me veía entrando a contracorriente, mientras todos huían, y salvando a mi amiga atrapada en el último momento. Esto se repetía en casi cualquier medio de locomoción que puedan imaginar y bajo el auspicio de cualquier cataclismo que estimase oportuno. Lo único que importaba era la incondicional gratitud de la persona salvada y su favor afectivo. En definitiva, todo bastante siniestro.

Por suerte, con los años y las hormonas, fui dejando olvidadas las fantasías heroicas y encaucé mi planes de conquista hacía métodos más ortodoxos. No obstante, de vez en cuando lo recordaba y no podía evitar esbozar una media sonrisa. “Pero qué bestia era”, solía pensar. Asimismo, me pregunté qué sentido tenía someter a la enamorada a infinitas desgracias con tal de lograr su atracción. La disculpa era siempre la misma: “cosas de niños”.

Lo cierto es que sí fueron cosas de niños, pero, al volver a escucharlo, recuperé mi interés por aquellos pensamientos. Ahora con un enfoque más general, menos centrado en mi persona, reconozco que se me pasó un poco la vergüenza inconfesada y me sentí más tranquilo. (Nunca entenderé por qué nos tranquiliza que los demás hagan o piensen las mismas barbaridades que nosotros, pero ese es otro tema). Así que reflexioné sobre el ideal de héroe romántico, aquel que se nos inculca desde la cuna en forma de cuentos de caballeros y princesas: siempre la misma figura majestuosa, lidiando con enormes peligros y salvando a la chica. De hecho, si nos fijamos, encontraremos que ese patrón se repite una y otra vez. Incluso en la actualidad.

Al tratar el tema con frialdad, se me antojó tremendamente machista. No sé hasta qué punto ellas fantasearían con ser la protagonista de un peligro terrible para que las salvé un tipo en quien no se habían fijado. Tampoco creo que sueñen con ser salvadoras de algún macho alfa desvalido y en peligro. También es interesante pensar por qué una cosa nos parece heroica y la otra resulta humillante. Supongo que no es más que una necesidad masculina de reafirmarse como parte fuerte de la pareja, un golpe de efecto para hacerse imprescindible y demostrar que, sin él, ella está perdida.

En resumen: por salud mental, he decidido echarle la culpa a la naturaleza humana y a la sociedad, cosa que me satisface por lo menos a un nivel irónico. En cualquier caso, ahora prefiero prevenir antes que entrar en autobuses que oscilan al borde del precipicio. Me estoy haciendo mayor.

2 comentarios:

  1. jaajajajaj me encantaaa

    A todas, o al menos a una gran mayoría, nos gusta que el tío guapo, fuerte, inteligente, simpático y generoso del lugar-al que todo el mundo le chupa el culo- nos elija, se desviva, se arriesgue por nosotras y nos colme de atenciones. Que esté ahí siempre que se le necesite... EN TODO MOMENTO jajaja

    Crisss

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  2. Cris, así va el feminismo... jejeje. Gracias por pasarte.

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