miércoles, 18 de mayo de 2011

Un voto de confianza.

Es normal que la gente se canse de los políticos, lo raro es que haya tardado tanto. No parece razonable que el Estado pague con dinero público los desmanes de los bancos. No se entiende que los beneficios fueran privados y la deuda sea pública. Y tampoco se entiende que un partido de apellido “socialista” defienda semejantes medidas, a no ser que termine por promulgar leyes sociales para ricos arruinados. Que todo puede ser, visto lo visto.

A lo anterior podemos unir la alternativa de gobierno, es decir, el Partido Popular, cuyas listas electorales se confunden con las listas de imputados en uno y otro juzgado. Y, si se trata de hacer propuestas, mejor no contar con ellos. Si acaso alguna descalificación gratuita o algún comentario ingenioso y pretendidamente gracioso. Porque son unos tipos alegres y ocurrentes -¿han visto a alguien más sonriente que Camps?-. Sólo con los chistes de Aznar se podría hacer un recopilatorio que sonrojaría a Martes y Trece.

El problema es que, pasado un cierto tiempo, pasan de hacer gracia a dar pena. Y no es que nadie se compadezca de ellos, sino que nos avergüenzan. No es sólo que no encontremos un referente en nuestros políticos, es más bien que los despreciamos. Se tiene la justificada imagen de que carecen de cualquier vocación de servicio a la sociedad. Se los ve como una panda de vagos, trepas y aprovechados, cuando no delincuentes. Y así es muy complicado sentirse representado, a no ser que ustedes se identifiquen con algún calificativos de los anteriores.

Por eso, el día 15, se organizó una manifestación que no pertenecía a ningún grupo político. Por primera vez, en mi corta memoria, no vi banderas de uno u otro partido, ni representación política de ningún color. Ni siquiera había curas, que últimamente salen más con pancartas que con pasos de Semana Santa. Se trataba, al menos en principio, de una manifestación pública del hartazgo político de los ciudadanos. Ciudadanos de todos las tendencias políticas y de cualquier confesión. No había ninguna premisa, salvo la denuncia de una situación insostenible.

Al día siguiente la manifestación no ocupó portadas, a pesar de ocupar literalmente desde la Plaza de Cibeles hasta la Puerta del Sol. Tampoco tuvo especial eco en los medios audiovisuales. Es más, se intentó desprestigiar, sobre todo desde las tribunas de extrema derecha que tanto triunfan últimamente. Se llegó a decir que todo era cosa de Rubalcaba –el hombre, que se aburre-. Mi impresión personal es que la escasa repercusión informativa venía precisamente de la falta de un apoyo político.

Es posible que la mayoría de personas que integró la protesta fuera de Izquierdas. Resulta lógico, tratándose de una manifestación en contra de la clase política. Si hubiera sido de ciudadanos de Derechas, la marcha habría sido de apoyo a Camps –cada uno vota a quien mejor lo representa-. En cualquier caso, no había una ideología oficial y eso es lo que los legitima. No defienden los colores de uno u otro bando político, sino los propios de la ciudadanía. Llaman la atención de que nuestros intereses y los de nuestros políticos han dejado de coincidir, de que se ha creado una nueva clase social que obra en contra de su función natural de servicio público.

Y lo más curioso es que el movimiento de protesta está capitaneado por jóvenes, por esos jóvenes presuntamente pasotas y desvinculados de la política. Llevábamos años escuchando la escasa implicación social de las nuevas generaciones y ahora nos encontramos con todo esto.

No tengo ni idea de cómo terminará la acampada de Sol. No lo voy a calificar de revolución, ni siquiera estoy seguro de que sea un “movimiento”. Prefiero verlo como una iniciativa, como el principio de un cambio. Sí, ya lo sé, a lo mejor mañana muero de un ataque de optimismo, pero me gusta hacerme ilusiones. Prefiero mil veces morir ilusionado a vivir desencantado. Y me gusta pensar que no soy el único, qué somos muchos. Porque es la única manera de cambiar la situación.

Ahora sabemos que la gente no sólo va a la Puerta del Sol a comerse las uvas y a desear cosas. A veces también va con la intención de comerse el mundo y luchar por lo que desea.

Démosles un voto de confianza. A ellos sí.

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