miércoles, 14 de septiembre de 2011

Periodismo de la anécdota.

Con los años he llegado a una sencilla conclusión: todo aquel que decida estudiar periodismo sin albergar malas intenciones es un idiota o un idealista. Cuando yo lo decidí debía de ser las dos cosas, ahora sólo me queda la idiotez. Y a ella apelo como si significara cierta garantía de integridad, porque el periodismo –sobre todo el televisivo- cada vez da más risa, o más asco, o más risa… No sé decirles bien, pero me provoca una mezcla de arcadas y carcajadas. Algo así como carcarcadas o arcajadas. Elijan ustedes.

Primero tuve que asumir que, si alguien sale por la tele contando cotilleos que no importan a nadie, ese alguien será llamado periodista. Pero no sólo lo llamará así el común del vulgo que se dedica a ver estos programas, sino que él será el primero en indignarse y en enarbolar su profesión a gritos –siempre a gritos-. “Tú no te has documentado, cuáles son tus fuentes, porque yo sí he investigado y he hablado con su madre, su ex amante, su vibrador y un señor de Murcia y sé muy bien lo que digo. Soy periodista.” Adelante, pueden aterrorizarse. Yo ya soy inmune. De verdad, lo había conseguido. Sin embargo, otro tipo de periodismo antiperiodístico me esperaba con sólo cambiar de canal.

Con el tiempo, el periodismo del corazón ha conseguido desautorizarse a sí mismo por el mero hecho de seguir existiendo. Tiene mala imagen, nadie lo toma en serio y, sí, lo ve todo el mundo. Esto último no se puede evitar. En España la gente se siente orgullosa de hacer tonterías: “Pues yo me hago Madrid Tenerife en dos horas, borracho y en coche”. Y otro contestará: “¿En coche?”. A lo que el español medio asentirá orgulloso y apostillará: “Por mis cojones”. Y así funciona el país. El problema es cuando se intenta vender algo pretendidamente bueno y resulta ser una tontada, cuando no una afrenta a cualquier código deontológico -¿alquien sabe que eso?-.

Me refiero a los programas de investigación con cámara oculta. Qué yo recuerde, el primero del que tuve noticia lo creó Mercedes Milà, famosa también por ser hermana de un periodista de verdad, hacer pis en la ducha o presentar Gran Hermano. Pues bien, a la vez que ideó el formato también inventó la doble cámara enfocándola a ella, porque, aunque diga lo contrario, este programa sólo tiene una protagonista. Y no estoy hablando de la información. Así mientras a la Milà habla con una cámara mientras otra la filma hablando con la otra cámara, meten una tercera –cuánta cámara- en un bolso y engañan a algún delincuente habitual. Porque el programa va de eso, de engañar, por un lado al interesado y por otro al espectador. Una vez se ha descubierto el pastel, allá que va la Milà a encararse con el susodicho, pero en plan chungo. Sí, en lugar de llamar a la policía y denunciar la trama tontorrona de turno, se dedica a increpar a los criminales, a ver si le dan una pedrada y le llega la medalla. No creo que le importe que fuera póstuma siempre que la entrega se filmase con dos cámaras.

El formato se dio bien y ahora florecen programas gemelos, aunque con menos cámaras, en las distintas segundas cadenas de las nacionales. La gente los ve y no tiene que afirmar categóricamente que lo hace. No es necesario un “por mis cojones”, porque tienen buena fama y porque se ha vendido como investigación lo que sólo es esconderse y grabar. Y no crean que destapan la trama Gürtel o el caso Brugal. En realidad se ocupan de asuntos sensacionalistas cuando no sonrojantes. Véanse como ejemplo los siguientes temas reales: “Descubrimos a un psicólogo que se masturba mientras hace terapia” o “descubrimos a un odontólogo no titulado que practica la medicina en iglesias evangélicas”. Madre mía, visto lo visto les propongo: “Descubrimos a un neurólogo jubilado que espía a sus vecinos zoófilos a través de un rollo de papel higiénico usado”. No puede fallar. Porque a esto me refiero: eligen temas amarillistas, que no tienen una verdadera trascendencia y que, para colmo, son enrevesados hasta el ridículo. Es más, parece que la pretendida investigación consista en buscar el tema más tonto y con más complementos sintácticos.

Al final, todo este entramado informativo sólo sirve para distraer, para ocultar los temas verdaderamente importantes, esos mismos que tratan los que sí merecen llamarse periodistas. No es lícito hacer creer al público que lo anecdótico merece más de diez líneas en la sección de sucesos. Cualquier redactor jefe con un mínimo de criterio ya habría despedido a la Milà y a sus imitadoras si no las conociese nadie, si no fueran ellas en sí mismas la única noticia de sus programas.

Es hora de que nosotros, los lectores, hagamos labor de investigación y busquemos los temas que de verdad nos afectan. De lo contrario, el periodismo del corazón y el de la anécdota terminarán por desbancar al periodismo sin apellidos y, con él, a todo rastro de información relevante. Acabaremos siendo ovejas catatónicas que, encima, creerán saber sobre asuntos importantes. Por mi parte intentaré retomar el idealismo y reincorporarlo a mi idiotez. Porque respeto mucho la profesión que no ejerzo.

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