miércoles, 22 de septiembre de 2010

La misma persona.

No sé si me gusta o no ser trascendental. Quizá sí ser trascendente, pues a ello aspira todo aquel que se dedica a escribir. En cualquier caso, la mayoría de las semanas, cuando pienso de qué hablar en La realidad a tientas, pienso en ustedes y en evitar en la medida de lo posible el tedio que pudieran causarles mis cavilaciones. No quiero decir que escoja entre humor y filosofía –a veces la filosofía es una juerga, créanme-, sino en el interés del tema que escogeré y en el tratamiento que le daré. No me gusta hablar de mí mismo. Carezco de interés en lo individual, porque, en este marco, sólo me interesa lo general.

Aquí se habla de realidad, de mi percepción de la realidad y de cómo existen lazos que unen irremediablemente mi visión y la suya. Por supuesto, esto no sucede en todos los casos, pero sí en un número importante de ellos. Esos casos son los que, en mí soberbia opinión, hacen vibrar el universo, el universo humano, la colectividad. No me interesa mi reacción al escuchar una pieza de piano en la soledad de mi casa. Al contrario, me interesa saber si existiría una convergencia en nuestras emociones al escucharla en grupo, en la penumbra de un auditorio.

Es indudable que el hecho de pertenecer a la misma especie –por más que reneguemos en según qué ocasiones-, nos hace percibir ciertas emociones de la misma manera. Sin embargo, también es propio de nuestra especie el carácter individualista, casi ególatra, a la hora de experimentar determinados sentimientos. Cuándo algo nos llega de verdad, cuando sentimos una catarsis, a nuestro entender toma proporciones espirituales. Por uno u otro motivo, nos sentimos como el destinatario del mensaje, como el ente elegido para ser capaz de comprender una canción, un poema o un cuadro como nadie antes.

Por supuesto, esto es ciertamente pretencioso, cosa bastante humana. Resultaría más fácil pensar que existen muchas otras personas capacitadas para experimentar lo mismo que nosotros, ya que es harto posible que estén viviendo una situación emocional similar a la nuestra. No obstante, pensaremos que ningún otro puede estar viviendo la vida cómo nosotros, por lo que no podrán sentir lo mismo. Ese es el mecanismo. Es cierto, a la gente le tranquiliza sentirse único.

A mí, cada vez más, me gusta sentirme humano, antes que único. No se trata de renunciar a la identidad personal. No es cuestión de renegar de nuestras rasgos característicos o de nuestro talento. No vale desistir, en mi caso, de intentar traducir la realidad en palabras. Podría argumentar que si ustedes la comparten, qué les voy a contar yo de nuevo. No, no se trata de eso.

Más bien, la intención es comprender que tal vez diferiremos en muchas apreciaciones, en muchos valores, pero siempre podremos encontrar algo que nos haga entender la situación del otro; su camino, su elección. Quizá no sea lo que nosotros hubiéramos hecho, quizá piense de una forma distinta a la nuestra, pero siempre habrá un nexo, un punto de inflexión en el que fuimos iguales. En el que fuimos humanos. Un instante en el que podríamos haber sido la misma persona.

2 comentarios:

  1. Ya no sé si me hablas de empatía o de clonación ijiji
    Crisss

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  2. Cris, la clonación es la forma suprema de la empatía.

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