jueves, 2 de septiembre de 2010

Vivir de ilusión.

Ayer fui a ver la última película de Woody Allen. Resultó ser una de esas películas que es mejor si se ve en buena compañía desde la fila de los mancos, pues en caso contrario tampoco nos aseguramos mucha emoción. El neoyorquino por antonomasia –esta palabra parece una prueba médica- nos presenta distintas historias que se van complicando hasta el final. Y, justo en ese final, las deja inacabadas, colgando de los últimos fotogramas que se solapan con los títulos de crédito.

La mayoría de las tramas estaban en pleno nudo narrativo, en el punto álgido, por lo que la sensación es de desazón. Por primera vez en mucho tiempo salí del cine pensando que faltaba una hora de metraje, en lugar de sobrarle. Eso, en principio, debería ser positivo, si no se hubiera hecho a base de coger el guión y arrancarle la mitad -¡hala, ya está!-. Entonces uno no sabe muy bien si las ganas de más vienen por el ágil ritmo de lo visto o por la simple curiosidad ante lo irresoluto. Sea como fuere, no deja de ser una forma innovadora de suspense cinematográfico.

Y todo esto venía por la conclusión final –no se preocupen, no desvelo nada, pues nada hay que desvelar-. La moraleja es más bien manida, aunque muy apropiada para el caso: se vive a base de ilusión. Espero que la ilusión en la vida no sea tan decepcionante como la ilusión por saber qué pasa con los personajes de la trama suspendida. Y lo espero porque, no sólo lo considero cierto, sino sano frente a otras opciones más románticas y perjudiciales, como la nostalgia y el alcoholismo, o lo uno mezclado con lo otro en un vaso de tubo.

De todas formas, resulta conveniente saber de qué ilusiones puede vivirse e intentar que no empañen el disfrute del presente. Vivir de ilusión no tiene porque denotar un descontento con nuestra existencia actual, sino la esperanza de poder mejorarla aun más, por muy satisfactoria que sea. Esto se traduce en metas y objetivos más o menos factibles que nos acerquen al fin de todo ser humano, que debería ser la felicidad en sí misma –o la infelicidad ajena, en según qué casos-. Sin embargo, otras tantas personas, más que vivir de ilusión, viven de imposibles. Y, claro, luego pasa lo que pasa.

Lo que pasa es que, o bien son muy tontas y siguen intentándolo hasta romperse la cabeza en lugar de las esperanzas, o bien se frustran y se entristecen. En consecuencia, resulta interesante saber hasta que punto nuestras ilusiones deben adecuarse a nuestras posibilidades. Pero, incluso para ello, deberíamos saber si nos hemos hecho demasiadas ilusiones con respecto a nuestras posibilidades. Así que la cosa se complica y hay quien dice que lo mejor es no esperar nada, que de esa manera cualquier cosa superará las expectativas.

Tampoco me parece una solución. Prefiero estrellarme mil veces antes que poner mis ilusiones por debajo de mis sueños. Siempre será mejor volar a ratos que no haber volado nunca. Quizás no se trate de ilusionarse o de no esperar nada, sino más bien de esperarlo todo, pero sabiendo esperar. Es decir, tener la esperanza sin desesperarse. Y buscar, poner los medios para favorecer el devenir. El título de la película es Conocerás al hombre de tus sueños. Supongo que algo así le decía Woody a su hija cuando era pequeña. De acuerdo, es un ejemplo extremo, pero ya saben ustedes que soy un extremista. Así, en general.

5 comentarios:

  1. Ese humor nachista, que no machista, del último párrafo jajjaja o mejor, humor carratalero jiji

    Crisss

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  2. La realidad supera la ficción.
    La ficción es ilusión.
    Ergo la realidad supera la ilusión.

    (Y tú superas ambas XDDD)

    Milbesosbombón!

    Mayte.

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  3. Cris, me alegro de hacerte sonreír.

    Mayte, si no exageras, dices la verdad y la realidad supera a la ficción, debo de ser muy guay :D Besos largos.

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  4. Yo creo que la frase adecuada seria "conoceras al neurotico de tus sueños"

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  5. Sí, Chechu. Además, también tiene gancho como título de peli. Abrazos.

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