jueves, 31 de mayo de 2012

Extremismo.


Extremismo. ¿No dicen que con la edad uno se templa, se modera o se apoltrona? Unos lo achacan al desencanto por sus ideales juveniles, otros directamente a una elección equivocada. Yo diría que es cuestión de hipocresía y comodidad. Uno no es de izquierdas a los veinte y de derechas a los cincuenta. Será más bien que el individuo se individualiza y, con él, todas sus cosas, su mundo y sus intereses se tornan privativos, incompartibles. Sí, el individuo se individualiza, de uno en uno, y va viendo que los demás también lo hacen y que compiten en una liguilla vecinal absurda, donde quien más tiene es mejor y quien menos, un fantasma, o peor; un espejo terrible en el que nadie quiere mirarse.

¿Qué es el aburguesamiento capitalista sino una forma de extremismo? Un extremismo más brutal que cualquier comunismo –no digamos ya socialismo-, porque se aleja de la condición humana, obvia los sentimientos y los traduce en números, desprecia la solidaridad y deprecia la colectividad. Eso es extremismo, pero lo mío también; esta ebullición candente que me sube por el esófago como una acidez de estómago que va a parar a las sienes. Allí se hace fuerte, y se manifiesta en forma de glóbulos más rojos que nunca; glóbulos socialistas, glóbulos republicanos, con pancartas y las manos limpias, tan limpias como quien tiene la conciencia tranquila. Los glóbulos fachas, de tenerlos, no se manifiestan. ¿Será este el extremismo que no me deja dormir?

Si lo es, me parece interesante, porque me ha despertado de un plumazo todos los ideales políticos que había dejado durmiendo, o quizás en coma, un coma transitorio. Ahora lo veo todo con más claridad. Veo como la derecha de este país es la misma de siempre, la misma escoria farsante y despreciable de siempre. Por mucho que lo nieguen, por mucho que se revistan de democracia, gobiernan los de un partido fundado por fascistas –sensu estricto-, herederos del tiempo más negro de nuestro país, acomplejados por su pasado y motivados por un odio y un hambre de poder que apenas pueden saciar. Sus políticas son las de siempre y van más allá de lo económico. Qué nadie se quede en las medidas adoptadas, sino en los fines que comportan. Porque las medidas son las esperadas y se traducen en dos grupos: las que destruyen las políticas sociales y las que favorecen a las grandes empresas y entidades financieras.

Muchos de ustedes, a estas alturas, pensarán que mi extremismo me ha trastornado, pero déjenme que siga, o dejen de leer si algo les ofende –que por algo será-. Entre las medidas del primer grupo, son dignas de estudio las que planean la destrucción del sistema educativo, al menos para todos aquellos que no puedan pagárselo. Y tienen su punto álgido en aquellas que planean convertir la universidad en un privilegio, como la subida de tasas hasta en un sesenta por cien, o la restricción de las becas, o la eliminación de becas en postgrado. Esas son algunas medidas, pero los fines son otros, principalmente la creación de una elite intelectual adinerada.

Al fin y al cabo, ellos van a poder estudiar como siempre. Hasta ahora, cualquier persona que no aprobase selectividad, si se lo podía permitir, terminaba recalando en una universidad privada en la que, a cambio de una sustanciosa cantidad, se hacía la vista gorda con sus carencias intelectuales y lo formaban y aleccionaban como miembro católico, apostólico y pepero de la sociedad, todo ello aderezado con la misma debilidad mental con la que entró. Ahora, la situación se mantiene, pero además se intenta llevar a la universidad pública. Ya no basta con cumplir con las altísimas notas de corte de algunas carreras –cosa que me parece meritoria y correcta-, sino que habrá que desembolsar una media de dos mil euros por curso, cosa que, en la mayoría de los casos, se hará sin ayuda de becas, porque son becas a la excelencia, becas que sólo tienen en cuenta el currículum del alumno. De esta manera, con la subida de precios, se obliga a los estudiantes menos pudientes a trabajar para poder pagar las tasas excesivas. Y después de trabajar, intenten ponerse a estudiar hasta el punto de rozar la excelencia que les demandan. Qué sí, que muchos de ustedes dirán que se puede hacer. Pues adelante, háganlo. Y que conste que no defiendo la holgazanería, sino el derecho a estudiar de todo el mundo. Es evidente la injusticia de que, entre dos personas de inteligencia similar, sólo sean los euros los que inclinen la balanza.

El caso es que los de siempre, lo que antes iban con el brazo en alto y camisas azules, ahora siguen de azul, pero el brazo se lo guardan en el bolsillo, junto a la cartera que les permite ir por el mundo como ciudadanos de primera, no vaya a ser que el de al lado, que es igual que él, se la robe, para pasarle por encima. Porque sabe que lo hará y, como lo haga, como lo despidan y no pueda pagar esa casa, ese coche, o el chalet de la sierra, o el apartamento de la playa, estará perdido. Tal vez entonces se preguntará por la solidaridad, por los servicios públicos. Tal vez cuando tenga que sacar a su hijo de la universidad de Comillas, del CEU, Francisco de Vitoria y demás granjas católicas, se vea en la tesitura de explicarle cómo funciona el mundo. Pero el mundo de verdad, donde el valor de las personas no se mide en números, sino en ideas, en sentimientos no computables y en tesón, en ilusión, que al final es lo que todo lo puede. Tal vez entonces encuentre el extremismo algo razonable.

Yo, con el mío renovado y lleno de energía, espero firmemente que les salga mal la jugada. Porque me temo que el sistema está a punto de reventar. Es de dominio público que ni Grecia, Italia, Portugal, Irlanda y, por supuesto, España podrán llegar a pagar la deuda contraída. Esa deuda de la que sólo se salvan los bancos y que nos ha hipotecado hasta a los que no teníamos hipotecas. Estoy esperando, a ver qué pasa cuando la tinta de sus billetes les manche las manos, como la sangre de todas las personas cuyas vidas se han invertido en imprimirlos. A ver, cuando eso pase, adónde nos lleva todo esto. ¿Qué será lo siguiente al capitalismo? Puede que en el resto del mundo un socialismo bien entendido –no como aquí-, pero en España será un fascismo sui generis, con flamencas y toreros. Quizás nacionalizar Bankia pueda parecer propio del comunismo -¿un banco estatal?-, pero a cambio están hundiendo la universidad pública, como corresponde a nuestro fascismo casposo. Y la están hundiendo porque la cultura libre es propiedad de la izquierda, porque en la universidad nacen las ideas y los valores que sólo se pueden destilar del conocimiento, un conocimiento que te da una visión del mundo que te impide ser de derechas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario