martes, 1 de mayo de 2012

Repaso.


Son días aciagos, dicen unos, los más proclives a la representación dramática. O se rompe el mundo, dicen los que decían que se rompía España, mi querida España, esta España mía, esta España nuestra, que diría Cecilia y los que hacen las cosas a derechas, los mismos que tienen el monopolio de banderas y de himnos, o que necesitan  banderitas e himnos para saber quiénes y de dónde son. También se oye que las cosas van muy mal, que Rajoy no hace nada, o que hace demasiado. Y mi preferida: “La que ha liado Zapatero”. Hay que ver lo que puede hacer un señor apocadito de Valladolid si se lo propone, nada menos que la crisis mundial más grave de la historia. Lo que yo les diga, apunten al infinito y les recompensarán con el vacío.
Mientras tanto, quien escribe esto se deja llevar por la corriente tranquila de la depresión económica. Y no vean como floto, apenas toco el agua, porque voy sin lastres, sin euros pero sin deudas, con un pasado soleado y un futuro de tormenta constante. Tampoco llevo paraguas, mejor que me acaricien las gotas del principio de la nube y que me erosionen los granizos del medio. Al final unas y otras harán camino y no tendré que esquivarlas, si acaso almacenarlas, para cuando llegue el sol y el problema sea la sed.

Y así, sin saber cómo, de repente me encuentro en la ribera de un arroyo cristalino. Sonrío mientras leo un libro de Tom Sharpe. También sonrío mientras me tumbo sobre una tela blanca, acolchada por las hierbas bajo mi cuerpo. Sonrío porque pienso en la guarnición informativa que traen los periódicos, en el rey y sus desmanes, que son los de siempre, pero peor vistos, en la famosa foto del elefante muerto –Borbón, uno; elefante, cero- . Sonrío porque se cumple una máxima histórica, una máxima según la cual lo que más puede favorecer una hipotética república es la misma monarquía. Podemos llamarlo Juancar, por aquello del campechanismo, o podemos llamarlo Marichalar, por quien siento una especial debilidad. Podemos llamarlo Urdangarín, que acabará librándose de sus pillajes y por quien sólo siento indiferencia, de puro aburrido. Pero al final, tengan el nombre que tengan,  ellos serán los Próceres de la Tercera República, el germen de su fundación y quienes plantaron la semilla del hartazgo generalizado. Al fin y al cabo, no es nada nuevo que el ser humano es autodestructivo por naturaleza. Cosas de ser la cúspide del reino animal, hay que ser depredador de uno mismo.

Entretanto, abro los ojos aún con la sonrisa dibujada en los labios, y veo un techo verde, con los álamos cuajados de hojas nuevas. Estudio el delicado entramado de la madera tierna y aspiro el aroma de la naturaleza despertándose. A la primera orden de mi voluntad, dejo de escuchar el rumor del agua y viene Serrat a cantarme Mediterráneo, como quien me reprocha que coquetee con el bosque mesetario. Mea culpa, le digo. Porque en verdad echo de menos el mar, porque puede que yo naciera en Madrid, pero lo olvidé para volver a nacer en Alicante, para crecer mecido una y otra vez por el susurro cadencioso del mar de fondo, con la luz multiplicada de dos cielos paralelos, con dos soles, dos lunas y dos castillos entremedias. Siempre con los ojos entornados y la sal en la boca, esa sal que da sed de otros labios y ese exceso en las formas; un exceso que esconde la sencillez que aquí reluce. La exageración como forma de vida y el placer como filosofía de lo humano. La obsesión por la belleza; la estética como fin y como medio, por dentro y por fuera, todo ello con la ayuda de la tierra más bonita del mundo. Porque sigue siéndolo, por mucho ladrillo que le hayan arrojado los que ya no están libres de pecado. Porque ella no es rencorosa, sino que se desentiende y sigue mirando al mar, pues no hacen falta árboles que tapen el cielo, cuando puedes tenerlo a tus pies. Mejor palmeras, que nos hacen altos de tanto mirarlas.

Así, Joan Manuel se queda más tranquilo y lo escucho sin culpabilidad, con mi tierra en el horizonte, en el mañana o en el futuro perfecto, pues la tierra prometida siempre brilla más que la tierra que se pisa –no se ensucia con nuestra presencia-. Creo que después de Serrat vendrá Chopin con un nocturno a pleno día, si me permiten la audacia. Y más tarde revisaré una de mis películas favoritas y dormiré con mi mujer favorita y soñaré que la vida no es toda crisis. Para mí es fácil, lo admito. Soy consciente de mi enorme suerte. No quiero nada material. Tengo todo cuanto necesito y, aun así, regalaría lo que poseo con tal de conservar mi forma de ver la vida. Mi forma de dejarme llevar, de flotar entre las ideas.

Tener lo suficiente es tenerlo todo. 

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