martes, 2 de junio de 2009

Convencer a los muertos.

Lucía un hermoso sol primaveral, que entraba a rayos bien definidos por las rendijas de las persianas y se estrellaba contra la pared, formando una constelación privada en pleno día. El aire de la mañana era fresco y olía a tostadas y a zumo de naranja. No había nada que hacer y no se me ocurría nada mejor que no hacer nada.

Antes de desayunar, bajé a comprar el periódico y me impregné del ambiente del mi barrio alicantino, que ahora añoro en Madrid y que allí me exaspera. Con la cara de estúpido que sólo sabe poner la gente feliz, regresé a casa tras el auto-recado y, con el periódico bajo el brazo, abrí el buzón y extraje la correspondencia con despreocupación.

En el ascensor, subió conmigo una señora que decidió hablar del tiempo. Pensé: “¡Ah!, qué maravilla. Todo es tan tópico, tan banal, tan sencillo, tan fácil, tan correcto...” A decir verdad, a veces da gusto que todo cumpla los requisitos de lo que considero una “encantadora rutina”. Sin embargo, allí, en el oscuro descansillo, a tan sólo un golpe de luz, mis dedos sostenían el factor desestabilizador: El anormalizante mañanero de mi perfecta mañana mediterránea.

Entré en casa, dejé el periódico bañado por un sol amarillo sobre la mesa del salón, y me dispuse a ojear la correspondencia. Una factura, otra, otra más, propaganda. Y de repente un sobre con el membrete del Partido Popular. (No se preocupen, no soy tan sensible, hay más). Al ser el elemento discordante entre tanta factura, la tomé entre mis manos con curiosidad. Ni siquiera con el rechazo habitual.

Entonces mis ojos se posaron sobre el destinatario –tengo la mala costumbre de no abrir el correo ajeno-, pero la persona que debía recibir la misiva no se encontraba entre los cuatro posibles nombres de la casa. De hecho no se encontraba en sentido general. El destinatario era mi padre, que murió cuando yo contaba cinco años, es decir, hace veinte.

El hecho puede resultar comprensible, ya que los partidos utilizan bases de datos privadas que no se actualizan con las defunciones. De hecho, aunque el tiempo transcurrido es mucho, debo decir que ya habían llegado otras cartas a su nombre. Pero no en Alicante, si no en la que fue su casa. En Madrid.

Esto se debe a que él nunca vivió en Alicante. Nunca estuvo empadronado en otra ciudad distinta de Madrid. No llegó a pisar esa casa y, desde luego, nunca voto al señor Camps. Como mi capacidad de sorpresa no había llegado al nivel paralizante, decidí abrir la carta. En ella, firmada por el señor de los trajes subvencionados, se explicaban las bondades y los éxitos llevados a cabo por el gobierno autonómico. Huelga decir que de la educación pública y de la sanidad no había ni palabra.

Entonces me planteé una pregunta. No recuerdo si fue en voz alta, prefiero pensar que sí, es mucho más teatral. Así pues, imagínenme con una túnica romana, en actitud declamativa, lanzando al viento el siguiente interrogante: “¿Cómo es posible que el President sepa que soy el hijo de una persona fallecida que nunca vivió aquí? ¿Es tal vez posible que se me haya encomendado la misión sobrenatural de llevar la propaganda política al más allá?”.

Y ahí estaba yo. Preparándome para mi viaje espectral. El mundo de los muertos no podía permanecer ajeno a la impecable gestión autonómica del PP. Mi padre debía conocer lo que Camps estaba haciendo por nosotros y predicar su palabra entre los que ya no vivían. Sí, yo era el elegido, había cambiado mi situación de bon vivant mediterráneo por la de viajero intermundi.

Fue en ese momento, subido al alféizar de la ventana, con la misiva entre mis manos agarrotadas por la tensión, cuando me atraganté con mi propia ironía y decidí que la escenificación había caído en la sobreactuación y en la desmesura. Me bajé, aun con la brisa del tercer piso meciendo mi cabello, y me propuse seguir con el maravilloso día que me había recibido.

Tuve que aceptar que hay hechos que escapan a la razón humana y transgreden las normas de lo comprensible. Eso sí, me quedó claro que el Partido Popular empieza a buscar votantes entre los muertos. Literalmente.

1 comentario:

  1. "No recuerdo si fue en voz alta, prefiero pensar que sí, es mucho más teatral" Jajajaja, que crack.

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