martes, 16 de junio de 2009

Los cretinos.

Los cretinos son los seres más fascinantes y despreciables de cuantos pueblan el pretendido panorama cultural español y mundial. Lo de fascinantes lo digo para justificar una antigua etapa en la que estuve a milímetros de convertirme en un cretino bien afianzado y sólido en sus bases de pensamiento. Lo de despreciables lo digo con absoluto convencimiento y llevado por una mezcla de hastío y asco a partes iguales.

No es objeto de este pequeño artículo establecer una “tipología del cretino”, aunque sí me gustaría esbozar unos pequeños trazos del estereotipo más representativo en los últimos tiempos, el gafapasta. Estos seres, normalmente vírgenes y no por convicción religiosa, se pertrechan con un libro de poemas de Bukowski –que no entienden- y una chaqueta de pana. Huelga decir que no hacen falta unas gafas de pasta para ser un gafapasta. Eso se lleva en lo más profundo del corazón y se cultiva a base de vomitar presuntas observaciones brillantes.

Estos seres se tienen por doctos en varias materias, pero sobre todo en música y literatura. No debemos confundirlos con los frikis porque hay una diferencia esencial: los frikis saben de lo que hablan y lo estudian por gusto, no por apariencia. Lo de la apariencia suele ser algo secundario para los frikis en todos los aspectos, algunos que no se agradecen tanto como la honestidad con sus pasiones. Pero esa es otra historia.

Tampoco es raro verlos en los museos, divagando durante horas acerca de la potente expresividad de un cuadro con un punto, sin saber que están en la embajada de Japón. El compañero de divagación atenderá gustoso y jamás se le ocurrirá señalar que es una bandera. Imagínense que peca de persona razonable por encima de la cultura de la ostentación estéril…

La acción de los cretinos puede resultar inofensiva para mentes curtidas y poco impresionables, siempre que su actividad creativa permanezca en letargo. Y es que lo peor que le puede pasar a un cretino es tener un mínimo de “talento artístico”. Porque entonces se erigirá fundador de una corriente pictórica, musical o literaria. Véase Impresionismo postyuxtapuesto, Jazz sublimacional o Costumbrismo bucólico-urbano*.

Cualquiera de esos estilos, al contrario que los movimientos artísticos de verdad, habrá sido bautizado por ellos mismos y por supuesto estarán tan vacíos de contenido como llenos de complejos de superioridad. Porque la prepotencia de un cretino no conoce límites y en ella se basa su exasperante tenacidad.

Aunque por regla general los cretinos son seres envidiosos y rastreros, no dudan en arroparse en una suerte de grupo de filósofos de alcantarilla. Este tipo de filósofos, cuando ven una alcantarilla, en lugar de pensar en un agujero lleno de detritus, construirán toda una mitología de excrementos para reconvertirla en una “puerta al inframundo urbano, al infierno real que tapan las urbes posmodernas”. Yo los animo encarecidamente a que visiten el inframundo, pues encontrarán muchas más metáforas de su agrado.

En esta filosofía de alcantarilla, capaz de convertir la mierda en objeto de culto, entrarán libros, canciones, cuadros o películas que, o bien no se entienden, o bien resultan desagradables (Véase Anticristo de Lars Von Trier, mejor “no-véase”). Sin embargo, bajo su particular condición de iluminados, entenderán que “sólo ellos son los destinatarios del mensaje”. Sólo ellos tienen el bagaje necesario para apreciar el arte sublime. Y el arte sublime que tanto defienden son las migajas del arte que nadie quiere ver. Carroña para cretinos.

Escribo todo esto porque estoy harto de nuevos mesías culturales, siempre autoproclamados, que “crean” o fomentan modalidades artísticas minoritarias –minoritarias por sentido común-, alimentándose de una endogamia intelectual, que espero que termine por dejarlos estériles. La naturaleza es sabia.

El cine, la pintura, la literatura y la música deben de ser un lenguaje universal y sensible. Nunca un lenguaje de cretinos.


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*Las corrientes artísticas citadas son ejemplos ficticios, espero. Aunque no desentonarían en la terminología habitual.

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