martes, 9 de junio de 2009

Se nos llevan los recuerdos.

Para esta semana, con vuestro permiso y creo que sin él también, voy a recuperar un artículo que escribí hace un año sobre una casita sin ninguna importancia, más allá de ser un "recuerdo sólido" en mi vida. Los "recuerdos sólidos" son aquellos que guardamos desde la niñez y que se refieren a algo que todavía es tangible. Son recuerdos acerca de cosas que existen.

Sin embargo, si nos paramos a comparar nuestro recuerdo con la realidad, veremos que el recuerdo conserva toda la magia de nuestros ojos de niño y la verdad desilusiona demasiado. Esto no suele ser un problema, porque casi nunca nos remitimos al referente real de nuestro "recuerdo sólido", sino que, aunque pasemos por delante, no nos paramos a observar lo que ya hemos hecho nuestro. Es decir, miramos ese recuerdo como ya lo hicimos y no vemos lo que veríamos de adultos. No vemos la falta de misterio.

No pasa nada si esos recuerdos desaparecen de improviso (por ejemplo, si tiran una casa o venden un coche...) porque conservarán todas las maravillosas cualidades de las que carecían. El problema viene cuando vemos desmoronarse -en el caso que sigue, literalmente- un "recuerdo sólido". Entonces nos veremos obligados a reconocer nuestras exageraciones, a comprender los entresijos banales y débiles que sostenían nuestro recuerdo en pie y perderemos un poco de la magia que ya no sabemos ver. Que ya no se puede compensar.

Esto sólo es un pequeño homenaje a un recuerdo sólido:


A villa Carmencita.

En uno de mis frecuentes paseos nocturnos en coche, persiguiendo a la inspiración, he encontrado un ejemplo de cómo el progreso destruye los recuerdos. Supongo que en la propia definición de "progreso" figura la necesidad de no mirar al pasado, pero yo soy más de regreso que de progreso. Todo en el buen sentido, en la falta de sentido.

El hecho en sí es más bien frío y urbanístico. Resulta que la carretera de Valencia en Alicante va a ser ampliada añadiendo un carril a cada lado de la mediana, con la consiguiente expropiación salvaje. La partida de Vistahermosa, nombre que nunca he llegado a comprender, pasó de ser un secarral a una zona residencial entre los años 40 y 60. En aquella época, se construyeron hermosas villas modernistas, al estilo de las barcelonesas, pero en modesto; pequeños chalets con porche y los primeros pisos de veraneo en un infierno desarrollista que todos llaman "El complejo", no sin acertar.

Villa Carmencita era de los de en medio. Un pequeño chalet con porche, sostenido por columnitas cuadradas y una parra verde, dando una sombra tamizada a la puerta principal. En el lado más alejado de la entrada, podíamos encontrar una pequeña torre de planta rectangular, adosada a la casa. Sobre las dos ventanas, escrito con pintura negra y una cuidada caligrafía de plantilla, se leía el nombre que nos ocupa.

Desde pequeño, pasaba por aquella carretera en el coche de mi abuelo; camino del chalet de Campello. Creo que siempre me fijé en aquella casita. Me gustaba, parecía casi de juguete. Al borde de la carretera, con una valla blanca coronada de vegetación, en su diminuta parcela. Toda ella cubierta de polución, tenía un aire misterioso y un tanto siniestro que me atraía sin remedio.

Los años corrieron y dejé de fijarme en ella. Pasó a ser parte de mi vida. Simplemente estaba allí, habitada y descuidada, como siempre. Hace unos años me pregunté quién sería capaz de vivir al borde de la carretera más transitada de Alicante durante tantos años y con el valor que había adquirido el terreno. Me gusta pensar que sigue existiendo la Carmencita que da nombre a su casa. En mi mente es una señora mayor, con delantal, que camina despacio por la parcela. A veces hace punto bajo la parra o riega superficialmente el jardín. Por las mañanas, cuando se levanta, le gusta ver el sol amarillo del mediterráneo filtrarse entre las hojas de los árboles. Luego prepara un zumo de naranja.

El caso es que, hace unos días, pasé por delante y me pregunté si Villa Carmencita resistiría al progreso. Otra noche pasé y vi luz encendida. Pensé: "Si a estas alturas, siguen dentro, desviarán la carretera hacia el lado contrario. No tirarán la casa". Me sorprendió mi propio deseo de que aquella construcción resistiera. Sin embargo, hoy he visto su valla blanca herida de muerte. Con los ladrillos de barro sangriento sobresaliendo de la piel encalada. Ya no había luz amarillenta en la parte de atrás. Sus ojos se habían apagado.

Algún desalmado había arrancado la muralla de cipreses que protegía a Villa Carmencita. Alguien que quiere que la veamos mientras la aplasta una pala excavadora llena de dientes. La he visto desnuda e indefensa y me he entristecido. He podido ver, a paso de coche, que tenía un montón de ventanas, todavía pintadas de verde, y me he entristecido. He visto que las columnas del porche eran delgadas y estaban coronadas por un capitel cuadrado con molduras. He visto la parra, agarrándose desesperadamente a sus vigas y me he entristecido. He visto el nombre escrito en la torre y me he entristecido. Me he obligado a cambiar el tiempo del verbo del presente al pasado y me he entristecido.

Se nos llevan los recuerdos. Pero si yo tengo recuerdos de su casa, qué recuerdos no tendrán los dueños. Qué dinero paga lo que vale Villa Carmencita. Ninguno. Yo tardaré en pasar por allí. Si una brecha en su valla me ha dolido tanto, no quiero pensar si llego a ver la torre partida. Prefiero que un día desaparezca sin agonía. En mi mente siempre estará en pie. Queda aquí este recuerdo de letras.

6 comentarios:

  1. Oh! sentimientos compartidos! ya no por tu recuerdo, sino por la imagen que retratas en tus palabras. Yo también "soy más de regreso que de progreso". Enhorabuena por tu blog, me gusta mucho. ANA

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  2. Muchas gracias, Ana. Me alegro de que te guste y espero que sigas visitándome.

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  3. Yo siempre fui mas de 'Regreso al futuro I, II y III'. xD

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  4. Qué bonito... Al final me voy a enganchar a tu blog.

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